viernes, 24 de abril de 2009

Pseudorreloj

Una noticia conmovió al mundo. El descubrimiento de los pseudorrelojes. Observados a simple vista, son iguales a los relojes de verdad: nada hay que denuncie que se trata de otro tipo de objeto. Estos pseudorrelojes son en realidad verdaderos caballos de troya, disfrazados de relojes de pulsera. El ingenuo poseedor de uno de estos relojes cree traer en su muñeca una pieza fina de joyería, pero en realidad se trata de un poderoso instrumento electrónico que va inyectando al poseedor de minúsculos robots que viajan por el torrente sanguíneo y se instalan en el cerebro de su poseedor.
Poco a poco estos robots se van apoderando de los núcleos neuronales de la voluntad, los cuales se manejan a distancia por medio de computadoras conectadas a la web, de modo que el sujeto infestado de estos micro espías es inducido a ciertas conductas a control remoto cuando la víctima se conecta a internet. De esta manera, quienes manejan su voluntad le harán que haga compras masivas de ciertos productos (si el controlador es dueño de ciertas marcas de productos), transferencias a cuentas bancarias, cesión de títulos de propiedad, inclusión en los consejos directivos. Y si son políticos, los dominados diseñar leyes favorables a su manipulador, o bien conceder favores, bloquear iniciativas desfavorables, atacar competidores, etc.
El descubrimiento de los pseudorrelojes se llevó a cabo casualmente cuando a un hombre le hacían unos encefalogramas y de pronto descubrieron que empezaba a enviar el diálogo que tenía con el doctor a una de las computadoras de sus analistas. Quien manejaba esa computadora no entendía por qué las palabras del paciente (que ellos mismo oían) fueran apareciendo como cadenas de texto en la pantalla.
Un análisis a fondo por ingenieros cibernéticos les llevó a descubrir estos pseudorrelojes y la manera que operaban. Aun las autoridades no han podido cuantificar cuántos de estos aparatos hay en el mundo, pero han lanzado una campaña para recoger relojes Swatch, Rolex, Hal Martins, Royal Oak, Bulgari Digono, Chopard, Breguet, Cartier, entre los más importantes, y analizan si son pseudorrelojes. Cuando descubren uno de estos, le entregan al dueño un reloj de verdad de la misma marca y someten al infeliz afortunado a un examen neuronal para detectar el grado de infestación para, posteriomente, implementarle un programa de desarticulación de los nanorrobots incrustados en sus neuronas.

Bisilla

La industria mobiliaria, como ente económico, se ocupa de producir muebles para las mayorías pues el negocio está en la producción masiva. Las minorías no son negocio. Pero siempre hay alguien que rompe las reglas y le importa un bledo el mercado, la rentabilidad, el negocio, es decir, la lana. Tal vez lo hace por orgullo o por simple rebeldía, pero las minorías se ven beneficiadas de estos locos benefactores. Tal es el caso del inventor de la bisilla. Este singular objeto es una peculiar silla de doble asiento, de ahí su nombre, apropiada para que se sienten los siameses. Obviamente tiene también doble respaldo y 6 patas. Parece un insecto de patas flacas. La aceptación de este invento ha hecho que las ventas se hayan elevado más allá del reducido mercado de los siameses, y ha sido comprado por mucha más gente. Dicen que muchos lo usan como un loveseat y es muy codiciada por los amantes indesprendibles.
Esto ha hecho que su inventor desarrolle una segunda versión y recientemente ha sacado al mercado su modelo de 8 patas. Básicamente son dos sillas unidas por un complicado mecanismo tipo bisagra con extensiones flexibles y contráctiles, para permitir que ambas se puedan abatir en un grado variable de giro hasta incluso quedar los respaldos dándose la espalda. Esta segunda versión ha sido diseñada con el objetivo primario de ir acostumbrando a los siameses recién separados que la fuerza de la costumbre los hace buscar sentarse juntos y las sillas individuales no satisfacen sus necesidades psíquicas, pues le ahonda su sentimiento de escisión que los sumerge en un estado profundo de amargura. El abatimiento gradual de las sillas los va adecuando paulatinamente a su independencia. El mecanismo bisagra se puede separar fácilmente, pues tiene un cabezal como el que une los vagones de un tren que se puede desensamblar con un simple movimiento hacia arriba y permite liberar las sillas y que cada uno se quede con su parte sin afectar al otro, si se aferran a su silla como propiedad irrenunciable. Los anuncios de las bisillas abatibles están inclusive mostrando usos más allá de las necesidades de las siameses (seguramente el inventor espera que un mercado más amplio compre su producto), como su utilidad para acomodarse en esquina de ángulo no recto, o para configurar con varias sillas una formación geométrica especial en las salas de espera, pero ya el publico consumidor decidirá si esta silla tendrá el mismo éxito que su antecesora.

jueves, 23 de abril de 2009

Último recordatorio

Mañana, viernes 24 (16:00 a 20:00 hrs.) y sábado 25 (10:00 a 14:00 hrs.) nos reuniremos en el Centro de las Artes de Guanajuato para continuar con la Tutoría en narrativa dentro del género de cuento. Quienes estén en las lista de lectura de textos, favor de traer las copias de rigor. Hasta pronto.

NORMA PATRICIA ROSILES

Ultrareloj

Cuadrilongo circular de un sólo ojo, con tres manecillas de tiranosaurio que pastorean un gallo, en forma radial. Como las ánimas, camina sin tener pies; corre sin tener prisa y debilita la alegría, reduciéndola a suspiros. Su exoesqueleto, recubre un cerebro de somormujo porque no sabe contar, más allá, de doce campanadas; aunque, por inercia, sabe multiplicar la duración de la angustia, hasta hacerla eterna. Tictaguea con ritmo cardíaco, a las horas más inadecuadas, sin que lo acallen los zapatazos. Y sirve para dos cosas: para nada y para un poco menos que nada, ya que alarga los períodos de la espera, y aminora los momentos que hacen faltan, para llegar puntualmente a las citas.



El Ataúd.

El hombre, sigue un camino al borde del arroyo. Sus pasos lo guían, sin embargo parece tener un sentido de la orientación ajeno a su persona, se bambolea al compás del viento que arrastra grises nubarrones sobre su cabeza, se detiene cuando un relámpago ilumina el cielo; los truenos se escuchan distantes. Una especie de susurro lo rodea, es un sonido indefinido que lo ensordece y se mezcla con un lastimero aullido que le abre espacio en la mente a la forma borrosa de una mujer. Su andar es un elogio a la tristeza, las manos lacias caen a lo largo del cuerpo que se enciende y apaga como un presente intermitente de ahogo y desahogo.
Del campo abierto, al otro lado del cause, se alzan olas de pájaros que se mueven como un gran reboso negro, agitado por las ráfagas del aire que arrecia, su lúgubre danza termina entre las copas de los mezquites que bordean las riveras y el griterío que las aves emiten al posarse en las ramas, se le encaja en los oídos. En un instante, la bravura del temporal que se avecina, se detiene y una densa calma lo envuelve. Se siente extraviado, camina un tramo hasta llegar a una curva que le oculta el horizonte, al momento de torcer el camino y salir de aquel grupo de árboles, ve la nebulosa silueta de una mujer, corre para alcanzarla pero un golpe de viento, que ha recobrado sus bríos, lo lanza con violencia contra el suelo, se levanta, ya no la ve. La llovizna que empezó a caer, hace que la ropa húmeda se le pegue al enclencle cuerpo que se palma con ambas manos, en busca de dolor, nada siente pero sus prendas están heladas y tiembla. Arrecia el fragor y el cielo se torna de un verdigris sórdido. El hombre, siente como si fuerzas opuestas lucharan por tomar posesión de su ser, en una lucha de estira y afloja, sin embargo no acelera el paso, sigue con su andar acompasado como si un diapasón interno le marcara el ritmo.
Se detiene frente a un jacal, no muy alejado de la hondonada por donde corre el riachuelo, vuelve la mirada un instante y observa la vereda que lo llevó hasta ahí; solitaria, lúgubre, le da la impresión de ser una gran cicatriz que abre el cráneo de la hierba crecida. Unos cuantos pasos lo separan de la puerta, pero no avanza, sus pies pesan como el plomo, se han pegado al lodo, lucha por salir de aquella superficie cenagosa que pretende absorberlo, desesperado grita, con todo el aire que contienen sus pulmones y su grito levanta una bandada de urracas que resisten el vendaval en un Pirul, próximo a la casucha. En ese momento la puerta se abre de golpe, ya liberado traspasa el umbral, da unos pasos, se detiene; no sabe si es más tétrico el interior del recinto o lo que ha dejado atrás. La luz de un relámpago ilumina su silueta en el hueco de la puerta y el perfil de una mujer, junto al fogón, mientras se escucha el retumbar de una centella y el aullido como eco de la misma. El viento azota de nuevo la puerta y ésta se cierra a sus espaldas con estrépito.
Afuera, cada vez con más furia el viento se cierne sobre la barraca que se sacude como una caña seca de rastrojo. Sobre el cauce del arroyo se levantan una multitud de formas blancas que se mueven de tal forma que da la impresión de que el agua verdosa vomitara espectros, dándole un toque de irrealidad a la negra cuenca de las riveras. Por las grietas de las paredes de carrizo del jacal, el aire helado trafica con el calor que emana de la hornilla. El hombre, de pie frente a un hueco que hace las veces de ventana, no siente el frío que se cuela, no ve el arroyo ni los mezquites que se agitan enloquecidos, ni cosa alguna que no sean sus propios pensamientos. El cigarro que sostiene, amenaza con quemarle los dedos. Envejecido más por las penurias que por los años, deja caer la bachicha y la aplasta con el pie, se frota las manos y se vuelve otra vez al ventanuco, sigue con la mirada el culebreo del camino que parece no llegar a ningún lado. Oye los lamentos de los árboles cuando los hiere el viento y le recuerdan el llanto de su madre, no, la imagen que tiene en la mente no es la de su madre, es la de otra mujer, aunque no logra esclarecer la imagen. Sin querer se estremece.
A sus espaldas el cuartucho que lo cobija, ostenta una decoración de pesadilla, al centro un catre rodeado por cuatro veladoras, un par de sillas cojas, una mesa junto al fogón hace las veces de cocina, un calendario del año pasado, con la imagen de la Guadalupana, colgado junto a la puerta y piedras, grandes piedras que siguen las irregularidades de las paredes, sin un aparente significado.
La lluvia, el viento, la noche se presiente de perros. El hombre, se siente perdido en la intensidad de la tormenta, percibe que esa noche todos los seres malignos de la tierra, el aire y el agua se disponen a gozar por la increíble fuerza que ha adquirido la tormenta. Y el aullido que viene escuchando desde que inicio su camino, se deja escuchar de nuevo como respuesta a sus pensamientos. ¿Cuál camino? ¿De dónde regresa? No lo recuerda, las imágenes en su mente aparecen bloqueadas. Pero, la fosa abierta, la tierra mojada y el ataúd, sobretodo el ataúd, está fijo en sus retinas. Allá, dónde se ocultan sus más íntimos sentimientos, las oscuras sombras de su comprensión, sin saber por qué, gimen y se retuercen sin buscar una salida para eso que le condensa las entrañas.
Por instantes parece una estatua, solamente sus ojos dan señales de vida o de locura contenida. Tiene miedo, siente que ese algo intangible que merodea a su alrededor está dispuesto a robarle el aliento, la vida misma, si se lo permite. Las veladoras en sus vasos ahumados arden en el suelo, observa como levantan bultos de sombras, cenizas fósiles que se alargan en las paredes y al llegar al techo se abren en decenas de pequeños animalejos que corren a esconderse entre los recovecos de la techumbre.
En un instante, la negrura de la tarde se funde con la noche. El hombre da unos pasos, se acerca al catre, lo observa queriéndose explicar el por qué de su presencia, pero se siente terriblemente cansado. Repentinamente, los bramidos de la tormenta aparentan de nuevo detenerse, se lleva la mano al pecho, en sincronía con la naturaleza su corazón ha dejado de latir, pero sólo por un instante; con renovados bríos afuera se deja sentir el fragor furioso y su pecho parece adquirir otra vez movimiento.
De uno de los rincones de la covacha, emerge como humo negro la figura de una mujer que se levanta y retira de las brazas un pocillo tiznado que contiene un agua pardusca, se sirve un poco de aquel brebaje pero no lo bebe, deja la olla en que lo vertió junto al fuego y vuelve a su lugar, sentada en el rincón, parece una piedra más, un lienzo negro le cubre la cabeza y no deja ver su cara ni el rosario que se desliza entre sus dedos, anima su rigidez poco menos que cadavérica.
Relámpagos, truenos, viento huracanado que se arremolina haciendo chasquear los carrizos de las paredes y el granizo cae con el estrépito del galope de los caballos sobre el techo de láminas, sin lograr que se rompa el silencio en el que el hombre se acurruca, silencio que es como un puñado de guijarros en su boca, en espera de que algo los haga florecer. Parado junto al catre, no presta atención a la tempestad y parece no darse cuenta de la presencia de la mujer. De nuevo la imagen del ataúd vuelve a su mente. Le da la espalda a la vida que se agita enfurecida, contempla el catre, sobre él, una cruz de ceniza resalta sobre la sábana blanca que lo cubre. La tristeza lo araña y el chisporrotear de las veladoras que apenas despejan las penumbras en que se ha hundido el lugar, es una réplica que asesina.
Se pregunta si habrá algo que no muera. En algún lugar escuchó decir que el mundo de los sentidos se forma de una materia que se desgasta con el tiempo y tiende a desparecer, pero él cree que por fuerza debe existir algo, una realidad detrás del mundo que sea eterno, constante. Piensa que el alma desconectada del cerebro se desintegra en partículas; redondas, lisas, que se esparcen en busca de otra alma en donde seguir su proceso de creación, no es posible que todo termine con la muerte, con una sola muerte. Llora, pero sus ojos están secos. En ese estado de semiletargo, siente que algo muy pesado le oprime el pecho y no lo deja respirar, va a decir algo pero en ese momento cae un rayo y su voz queda ahogada por el trueno.
La mujer en el rincón, deja el rosario sobre una de las piedras, con la vista clavada en el suelo de tierra, llora en silencio y habla para si misma.
—Perdóname Hilario, era l´unico que pedías pa´irte a gusto al panteón, después de tanto y tanto como sufristes, pero no te pude comprar el cajón, estaba rete caro, por eso te enterré encuerado.

Por el ventanuco se filtra la luz de un relámpago que se mimetiza con el hombre y siente que una gigantesca mano, lo arranca de aquel lugar como el viento arranca de cuajo los árboles viejos y el vendaval se lleva entre sus ráfagas el aullido del perro que a pesar de la lluvia monta guardia por fuera de la puerta del jacal.
En la oscuridad de la fosa común, la tierra mojada se pega al cuerpo inerme de Hilario y la imagen de un ataúd, es notoria en la opacidad de sus retinas.


Frente a su ventana

Era de madrugada cuando salí del cuarto. Ella, dormía, su cabeza reposaba sobre la almohada, entre guedejas de pelo negro que hacían resaltar la blancura de su piel; su respiración era lenta, acompasada. Estuve a punto de acariciarla pero el vestido de novia hecho gironés, tirado junto a la cama, me lo impidió. Por un momento dudé, quién era yo, el tímido boticario del pueblo, venido a más por azares de la guerra; quién era ella, la hija del cacique venido a muerto por las mismas razones, con una madre que no soporta la pobreza. Pero esta noche más de dos van a saber que estaban equivocados al creer que por ser el boticario del pueblo tengo que ser un pelele.
Ya no reflexioné más, me fui a buscar a Rutilo. Lo encontré donde siempre, dormía entre la paja del machero, como un perro fiel. Me remordió la conciencia al verlo, los pajuelazos del fuete con el que lo azote, unos días antes, todavía estaban marcados, dos sombras oscuras atravesazaban su viejo rostro, de lado a lado… — “Que le aunque que me pegue patrón, uste´ me salvo la vida, si qu´ere quítemela, más no por eso me he de quedar calla´o, nomás mirando cómo se le perjudica la vida. Esa vieja es capaz de vender a su madre propia, en caso que la tuviera. La muchacha, quere al pela´o ese, al mismisimo demonio pues. Yo mesmo la oí cuando se lo decía a su mama, yo mesmo…“ Sacudí la cabeza para alejar el recuerdo y lo desperté moviéndolo con el pie, — párate, vamos hablar con el capitán sobre el asuntito del que me hablaste el otro día—, lo invité, nada preguntó pero le brillaron los ojos. Pudimos dar un rodeo, pero Rutilo se negó:

—Patrón, en estás horas ni las ánimas, siendo ánimas, salen del camposanto, por el puritito miedo que le tienen a los jijos de su pelona, que andan haciéndose pasar por dijuntitos.
Atravesamos el pueblo, las calles estaban mojadas por la llovizna que desde la media noche había estado cayendo, estaban oscuras, solitarias.
—´Ire las casas, todas remachadas a piedra y lodo, no hay ni´una que tenga los postigos de las ventanas abiertos, como en más antes, manque ya se acabaron los días duros, ´tamos en los guangos, en los que nomás se trabaja media fanega porque los animales ´tán cansa´os, los hombres ´tán cansa´os y como juera de otra forma, si cristianos y bestias no llenan media barriga. En los tiempos en que´stamos, ya nadien sabe quén es quén, el amigo de hoy, pue´ que sea el enemigo de mañana o de pasa´o mañana, ya lo´sta mirando; nomás esas cosas nos dejó la mentada revolución. Pero uste´ no se despreocupe, ´tá muchacho y se las va brincar, d´eso me encargo yo, manque juera el verdadero demonio, el pela´o ese. Las va a brincar…
No nos fue difícil llegar hasta la casa del capitán. Tenía apostados dos centinelas en la puerta, llegamos hasta ellos, dormían la mona después de la borrachera que se pusieron en la fiesta de la boda. Lo demás fue fácil ni la mujer que dormía a su lado, se dio cuenta cuando nos acercamos a la cama y tapándole la boca con un pañuelo, le dijimos al oído:
—No se asuste mi amigo, soy el boticario, nada más quiero que me acompañe para resolver un problema que no admite dilación.
—-Siendo uste´, la masima autorida´ del pueblo, no se puede desnegar, manque sea de madrugada, vamos allí, pa´ juerita. Nomás va ser un ratito. Échese el gabán encima, pa´ que no sienta lo fresquito, no sea cosa de que se lo agarre la fiebre en la descuidada.
No tardamos más de una hora en convencer al capitán, de que me tenía que ayudar a resolver el asuntito o por las buenas, o por las malas. Cuando regresamos, ya se había quitado la llovizna y el cielo empezaba a despejarse. Me quedé un rato más en los macheros, esperando a que clareara. Rutilo, prendió una fogata y me ofreció un cigarro que rechacé.
—Manque no jume patrón, júmeselo, le va a ca´ir bien, ya arregla´o el asuntito que más le da, y llévese este otro pa´l rato, yo sé de que le hablo, yo sé…
Lo vi directamente a la cara, sonreía, y el brillo de sus ojos no se había apagado, reblandecían bajo el ala del sombrero como aquel día en que lo encontré sentado, con los intestinos al aire, junto al cuerpo del hombre con el que se había peleado a machetazos. Pisé la colilla del cigarro y me dirigí a la casa, con un sabor amargo en la boca.
Cuando entré al cuarto, despertó. Prendí el quinqué que estaba sobre el tocador, ella, pudorosa tapó la desnudez de sus senos que habían quedado expuestos a los ojos de la luz.
— ¿Por qué despertaste tan temprano? ¿Ya amaneció? Me preguntó, al mismo tiempo que se desperezaba estirando los finos brazos.
—No he dormido en toda la noche, le contesté y se dio cuenta de que todavía estaba vestido, igual a como ella y el capitán me dejaron unas horas antes, en esa misma cama, creyéndome borracho. Encogiéndose como una gata, con manos temblorosas, jaló las cobijas hasta la cabecera en donde permaneció echa un ovillo, a la vista quedó la sábana; me senté en la lecho y pasé mi mano sobre las gotas de sangre que lo manchaban, lentamente como acariciándolas. Ella, ya sin miedo se acercó a mí pero no se atrevió a tocarme, empezó a explicar con voz angelical que me golpeaba los oídos.
—Estabas medio tomado, ¿no te diste cuenta?, fuiste un poco bruto conmigo, hubo un momento en que llegué a sentir miedo de tus arrebatos. ¿No te acuerdas?, destrozaste el vestido de novia y todo lo demás. No es que yo sepa mucho sobre estos asuntos pero mi madre, me dijo algunas cosas y me hizo bordar estas sábanas, iguales a las suyas… Pero todo cambia, ¿verdad? Una leve risa nerviosa, la interrumpió y puso su mano sobre mi hombro.
Nada conteste, tomé su mano, con delicadeza la dejé sobre su regazo, me levanté y prendí el cigarro en la llama de la lámpara. Con paso lento me dirigí a la ventana, que abrí de par en par. Ante aquel panorama, el sabor del tabaco empezó a gustarme y me quedé un rato frente al balcón, contemplando con satisfacción las primeras luces de la mañana.
— ¿Estás loco?, nos va a dar una pulmonía, no sientes que el aire está escarchado.
Alcancé a oír que ella, decía a mis espaldas. Y desnuda, coqueta, se levantó para cerrarla. Ahí, se quedó aferrada a los barrotes, viendo cómo se balanceaba el cuerpo del capitán, colgado en un árbol frente a la ventana.
Tire en un rincón el pañuelo que aún olía a cloroformo y apagué el cigarro. Salí de la recámara nupcial, no sin antes haber visto en el espejo del tocador que mis ojos brillaban con el mismo brillo indescifrable de los ojos de Rutilo.

Norma Patricia Rosiles A.


miércoles, 22 de abril de 2009

Mi tía y su novio mitológico

de: Isabel Torres Rodríguez
Cuando la tía Chavelita nos contaba cuentos, en ese momento, todos nos transportábamos a un mundo de hadas, príncipes, castillos, hechiceros, y animales fantásticos.
Teníamos que estar pendientes, porque de pronto, cuando estabas distraído jugando y todo se quedaba en silencio, seguro que era porque ya estaban rodeándola escuchando el cuento, y obviamente ya te habías perdido el inicio de éste.
Deja contarte el cómo era el protocolo: Se sentaba cómodamente en una silla, a todos nos hacía sentar en el suelo. Entonces iniciaba cualquier cuento al azar. Bueno, el cuento era lo de menos, y ¿sabes por qué?, pues porque ella no tenía una idea muy lineal de lo que es una historia.
Si te estaba platicando sobre caperucita roja, igual ahí aparecía la bella durmiente, o el gato con botas. Eso sí, todos los personajes adaptaban al contexto. Por eso, podía contarte el mismo cuento, y siempre sería diferente, no importaba, de todos modos cada ocasión resultaba ser otro cuento, aunque fuera el mismo.
Recuerdo “El Caballito de siete colores”, ah, qué historia, mientras la contaba la tía, yo imaginaba a ese hermoso caballo con unos colores brillante, y con unos dientes muy blancos, sus alas eran grandes y brillantes de lo blancas. ¿Quieres saber qué hacía ese caballito?, pues ayudaba a un joven que estaba siendo sometido a pruebas difíciles y hasta mortales, solo gritaba ¡Caballito de los siete colores, sálvame! Y ¡zaz!, aparecía volando por los cielos para rescatar al bello joven.
Una noche, cuando la tía Chavelita estaba nuevamente contando el cuento de ese caballito salvador, que con sus siete refulgentes colores resolvía hasta las más complicadas situaciones; de pronto, y sin saber por donde entró a la casa, apareció con todo su esplendor el caballito. La tía se quedó mirándolo, con esa mirada de quien no se sorprende por la presencia de ese ser mitológico. El caballito caminó lentamente hacia ella, mientras todos los sobrinos mirábamos con espanto y sorpresa.
De pronto, la tía caminó hasta el caballito de siete colores, y de un brinco se subió a él, y su rostro se transformó brillando igual que el caballito. Se despojó de sus ropas anticuadas, dejando sobre sí una hermosa gasa que rodeaba su cuerpo, y el caballito se la llevó volando con él hacia la fantasía.
Desde entonces no hemos vuelto a ver a la tía, pero cada que alguien cuenta un cuento, cualquiera que sea, escuchamos todos el relinchido del caballito de siete colores, y la risa, ahora juvenil de mi anciana tía Chavelita.

lunes, 20 de abril de 2009

hiperreloj

Hiperreloj
Síndrome producido por exceso de cirugías plásticas, caracterizado por disipación del pensamiento, prepotencia, taquicardia del ego, megalomanía, y erupciones de belleza supina, con múltiples brotes de silicona a lo largo del ello; con pronóstico reservado, muestran severos síntomas de depresión, sonrisa eterna, ojos achalados, pupila dilatada y en general con tendencia a desajustes severos del reloj interno caracterizado por altos índices de rebeldía cronológica, que termina regularmente por agotar las energías propias del organismo, dada la extinción natural de sus contemporáneos. Se sugiere terapia de apoyo a los que los rodean con la finalidad de que le recuerden constantemente su identidad antes de que esta se funda entre su acelerada metamorfosis y acabe con la paciencia del mundo real, se puede utilizar en casos extremos terapias alternativas como cambiarse de casa o fingir que no se le conoce, esto favorece su inminente mutación.

jueves, 16 de abril de 2009

Subir textos

Coloca en este espacio los textos que quieras compartir con los demás compañeros de la Tutoría.

miércoles, 15 de abril de 2009

Microsilla: Muletilla usada en la retina cuando a ésta se le inflama la panza, porque como ya es sabido es muy tragona. Se le utiliza para recargar tal protuberancia ya que al ser un cuerpo muy suave no le es posible conternerse a sí misma y si engorda demasiado podría jalar el nervio óptico y dejar a la persona sin ojo y sin nervio. Este objeto fue inventado a finales del nuevo siglo, en la época donde se dejó de buscar tratamientos a base de petróleo y las investigaciones se focalizaron en los frutos. Micrescelle, creador de este dispositivo, descubrió las cualidades de soporte y suavidad en las semillas de durazno maduros cuando por accidente le cayó un trozo de esta semilla en su ojo sin causarle daño.

Hygrócronoparies: Humedad de reloj o macha de reloj, la macha. Vocablo antiguo extraído de leyendas donde era temido el repentino aparecer de una mancha en la pared de las casas donde la figura de un reloj que escurría a lo largo de la pared se formaba, dejando de manera notoria que las horas fueran cayendo, escurriendo hasta marcar como última la hora de muerte de alguno de los integrantes de la familia que viviese en la casa donde "ese mal" se presentaba, sin poder justificarse por humedad en los techos o en la misma pared. Se decía que las familias solían encender una fogata justo debajo de la fatídica mancha para contrarrestar con el hollín, que se marcaría en la misma pared hacia arriba, el deslizamiento de las horas que iban ensanchando la parte baja del reloj.
Ya me registré , ¿ahora qué? ¿nos envíamos los textos por el blog o por correo?