miércoles, 22 de abril de 2009

Mi tía y su novio mitológico

de: Isabel Torres Rodríguez
Cuando la tía Chavelita nos contaba cuentos, en ese momento, todos nos transportábamos a un mundo de hadas, príncipes, castillos, hechiceros, y animales fantásticos.
Teníamos que estar pendientes, porque de pronto, cuando estabas distraído jugando y todo se quedaba en silencio, seguro que era porque ya estaban rodeándola escuchando el cuento, y obviamente ya te habías perdido el inicio de éste.
Deja contarte el cómo era el protocolo: Se sentaba cómodamente en una silla, a todos nos hacía sentar en el suelo. Entonces iniciaba cualquier cuento al azar. Bueno, el cuento era lo de menos, y ¿sabes por qué?, pues porque ella no tenía una idea muy lineal de lo que es una historia.
Si te estaba platicando sobre caperucita roja, igual ahí aparecía la bella durmiente, o el gato con botas. Eso sí, todos los personajes adaptaban al contexto. Por eso, podía contarte el mismo cuento, y siempre sería diferente, no importaba, de todos modos cada ocasión resultaba ser otro cuento, aunque fuera el mismo.
Recuerdo “El Caballito de siete colores”, ah, qué historia, mientras la contaba la tía, yo imaginaba a ese hermoso caballo con unos colores brillante, y con unos dientes muy blancos, sus alas eran grandes y brillantes de lo blancas. ¿Quieres saber qué hacía ese caballito?, pues ayudaba a un joven que estaba siendo sometido a pruebas difíciles y hasta mortales, solo gritaba ¡Caballito de los siete colores, sálvame! Y ¡zaz!, aparecía volando por los cielos para rescatar al bello joven.
Una noche, cuando la tía Chavelita estaba nuevamente contando el cuento de ese caballito salvador, que con sus siete refulgentes colores resolvía hasta las más complicadas situaciones; de pronto, y sin saber por donde entró a la casa, apareció con todo su esplendor el caballito. La tía se quedó mirándolo, con esa mirada de quien no se sorprende por la presencia de ese ser mitológico. El caballito caminó lentamente hacia ella, mientras todos los sobrinos mirábamos con espanto y sorpresa.
De pronto, la tía caminó hasta el caballito de siete colores, y de un brinco se subió a él, y su rostro se transformó brillando igual que el caballito. Se despojó de sus ropas anticuadas, dejando sobre sí una hermosa gasa que rodeaba su cuerpo, y el caballito se la llevó volando con él hacia la fantasía.
Desde entonces no hemos vuelto a ver a la tía, pero cada que alguien cuenta un cuento, cualquiera que sea, escuchamos todos el relinchido del caballito de siete colores, y la risa, ahora juvenil de mi anciana tía Chavelita.