domingo, 17 de mayo de 2009

LOS SABUESOS

Era la primera vez que iban a usar sus nuevos atributos. Eran los pioneros en la implantación de partes animales a cuerpos humanos. A ellos les habían injertado cabezas de sabuesos para agudizar sus sentidos y convertirlos en los mejores investigadores del cuerpo policiaco de la ciudad. Ahora tenían una visión y un olfato más potentes que cualquier instrumento electrónico. Esta noche tenían que descubrir y exterminar a un peligroso delincuente que se escondían en el conglomerado laberíntico de casuchas de cartón y madera de una colonia miserable. Llegaron al sitio de reunión, sacaron las armas de sus maletines y cada uno tomó un rumbo diferente. En una hora deberían volver a este mismo sitio donde los recogería un helicóptero. Pero apenas habían transcurrido un poco más de 30 minutos y llegaron desesperados. Había que huir de inmediato. Ya habían enviado un llamado de auxilio a la base, pero el helicóptero tardaría en llegar. Sin pensarlo más, abrieron la alcantarilla y se introdujeron rápidamente. Apenas habían cerrado la tapa escucharon los aullidos sobre de ellos. A través de los orificios de la coladera los vieron: eran tres. Sus cabezas de lobo eran grotescas y pésimamente injertadas. De sus hocicos caía una baba espesa que manchaba sus gabardinas en donde se notaban los orificios de los disparos que poco antes les habían hecho: las balas no les habían hecho daño. Los sabuesos asustados, se dejaron caer a la tubería. Sus cuerpos se estrellaron sobre un montón de botes de lata. La coladera fue de pronto arrancada de golpe y por el boquete se asomaron los hocicos de los lobos. Sus ojos brillaban como brasas. Los sabuesos empezaron a correr por las cañerías. Entre más corrían, más sentían como los aullidos les mordían los talones.

Jeremías Ramírez Vasillas