viernes, 15 de mayo de 2009

Asesinato en el Rancho de Joruco

Asesinato en el Rancho de Joruco

Ya se habían retirado todos, deudos y curiosos que se juntaron para el entierro, solamente quedaban don Meli y Bulmaro que era el encargado del orden del rancho de Joruco, sentados sobre una de las criptas del panteón de Capacho, donde enterraron a Gabriel. Meditaban sobre los acontecimientos que los llevaron hasta ese lugar. Don Meli no estaba conforme con las rápidas averiguaciones que hicieron los policías de Cuitzeo y mucho menos con el arresto de Lino, como responsable de la muerte de Gabriel. Los ojos zarcos del viejo don Melitón relampagueaban al hacer memoria.
-Recomponiendo los sucedidos Gulmaro. Algo no´stamos mirando cabalmente a conciencia, vámonos yendo a echarle otra miradita al corral.
-Vámonos don Meli, aquí ya nada hay que hacer. ¿Se fijó? La gente del rancho está dividida, todos los que no vinieron al entierro han de ser los que creen que Lino es el criminal.
-Y cómo podía ser de otra forma muchacho, a todos les dijeron que si pensaban de otro talante, se los llevaban presos. Pero no te creas, si no vinieron jue por la puritita vergüenza de haber habla´o mal del Lino. Mal que bien todos queren al muchacho. Del dijunto ni hablar, después de que se murió se volvió Santo, como debe ser. Ninguno de los dos habló más. Se montaron en sus caballos y se fueron para su rancho.
Joruco queda sobre la carretera que va a Huandacareo, entre Cuitzeo y Capacho, es una pequeña comunidad donde un crimen como el sucedido, era simplemente inverosímil. Fue el domingo en la noche cuando mataron a Gabriel. Ese día desde las primeras horas de la tarde había estado lloviendo, por lo que Lino salía y entraba de su casa, sin decidirse. No le tenía miedo a la lluvia pero le daba flojera pensar que se tenía que ir a pie, la bicicleta le era inservible por lo lodoso de las calles que aunque estaban empedradas, por tanta lluvia se convertían en ríos que corrían hacia la laguna. Faltaban algunos minutos para las siete de la noche cuando por fin se decidió: le había dicho a Gabriel que iría a verlo como a las cinco y media, pero ambos ignoraban que iba a estar lloviendo toda la tarde. Se caló la gorra y salió de su casa. Aún chispeaba por lo que las calles del rancho estaban solitarias, sombrías. Lino muy a su pesar las recorrió a pie, a medio camino se arrepintió, porque sus “tenis” nuevos se le mancharon de lodo.

-Me lleva la fregada. Ya atasque todos los “tenis” de lodo y ni me va a pagar el móndrigo. Pero ´ora sí, si no me paga le rompo su jefa. Pensaba Lino mientras caminaba.
Unos días antes se habían peleado a puñetazos, en la tienda de don Toño, por un dinero que Gabriel le debía desde hacia más de seis meses y Lino lo amenazó de muerte. La casa de Lino estaba prácticamente enclavada en el cerro, la de Gabriel quedaba abajo, a las orillas del pueblo, más allá de esa finca no había nada, sólo los bordes de la laguna que se extendían, ilusoriamente sin llegar a ningún lado. Lino se detuvo antes de cruzar la carretera que dividía en dos al rancho, ahí se quedó un momento, su ojos se fueron hasta la poca agua que se había logrado juntar en la laguna, por la temporada de lluvias, estaba encabritada por el mal tiempo. Lino la veía como un gran agujero negro, en donde el oleaje se largaba en forma de gusanos que se retorcían grotescamente. Se quitó la gorra y se sacudió la espesa cabellera, como si con eso borrara esa imagen desagradable de su mente, prosiguió su camino por la cuneta de la carretera; el graznido de una lechuza que cruzó volando sobre su cabeza lo sobresaltó y pensó en regresarse. Todo le indicaba que no era una buena idea ir a la casa de Gabriel.
-Cuando la lechuza grita, el indio muere.- Se dijo, pero siguió caminando.
Unos cuantos metros antes de llegar a la casa, Lino se detuvo, se recargó en un mezquite que estaba frente a la puerta y empezó a limpiar sus “tenis”. No vio ninguna luz encendida por lo que se quedó ahí, un buen rato. La noche ya estaba serena, había dejado de lloviznar y el croar de las ranas competía con la estridencia de los grillos, aparte de los ruidos naturales, Lino escuchaba un rumor que no lograba identificar, era como si alguien por breves momentos gimiera. Asustado alargó la vista sobre lo escueto del camino pero no observó nada fuera de lo común, todo estaba calmoso de no ser por esa especie de bramido que escuchaba y le ponía la carne de gallina. De pronto, aquel concierto discordante fue silenciado por un aullido violento.
Fue el grito de una mujer. Un chillido agudo de terror que por arte de magia silenció la noche. Después del alarido la calma fue absoluta. Lino instintivamente observó su reloj, eran las siete con cinco minutos, al levantar la vista se percató de que la puerta de la casa de Gabriel estaba abierta y apareció una sombra en el umbral. Era la silueta de una mujer, alta y delgada. Lino corrió hacia la casa, por un momento él y la mujer estuvieron codo a codo porque al ver a Lino salió corriendo; el muchacho vio que la mujer llevaba la cabeza cubierta con una chalina de encaje negro que apretaba contra la boca. Aún no salía de su estupor cuando la mujer ya había desaparecido; no supo en que dirección se fue. El imaginó: -Se la tragó la oscurida´.
La puerta había quedado abierta, dudó un momento pero pudo más su curiosidad y entró. Localizó el apagador y encendió la luz. La casa de Gabriel constaba de tres habitaciones: una recámara, la cocina que también hacia las veces de comedor y la habitación que daba a la calle era la sala, por donde él entró. Las paredes de tabique estaban encaladas y se descascaraban al tocarlas. Desde donde él se encontraba parado, alcazaba a ver que la puerta de la recámara se encontraba cerrada, después desvío la vista hacia la de la cocina; nada más tenía una cortina, lo que le permitió observar la claridad del foco tras la tela, pero no percibió ningún rumor del otro lado. Bajo la ventana que daba a la calle había una costalera llena de mazorcas de maíz, sobre los costales una silla de montar y por todo mobiliario en la sala: había dos sillones, una mesa de centro y un sofá al que se le botaban los resortes. Lino se sobresaltó, mientras recorría con la vista el poco mobiliario del lugar, vio que entre el sillón y la mesa sobresalían las piernas de un hombre que nada más tenía puesto un zapato. Por un instante creyó que se movían, pero desechó la idea, tal vez fueran sus nervios; casi da un salto, efectivamente las piernas se movieron, él se dijo: -“¡Aguas Lino!, nomás los muertos estiran la pata”-. Controló sus nervios y se acercó. Un hombre estaba tendido de costado, con los ojos clavados en la costalera, las manos se le agitaban compulsivamente. No le vio ninguna herida visible pero un hilillo de sangre le escurría de la comisura de los labios. Con horror vio que era Gabriel.
-¿Pero, qué jijos de la chiflada te pasó? Lino se arrodilló junto al cuerpo de su cuñado que en ese momento encogió las piernas, hasta casi tocar con las rodillas el pecho. No se atrevió a voltearlo. Gabriel abrió los ojos:
-Cuña´o… Ya me torció todito…
-¿Quién fue?
-Una vieja…
-¿Qué vieja? ¿Quién era la mujer que salió corriendo, Grabiel?
-No le miré la cara… Nomás sentí el fregadazo… Ya me mató cuña´o…
Gabriel ya no pudo seguir hablando, tosió y vomitó un coágulo de sangre. Los ojos se le quedaron fijos. Las manos que hasta hacia unos momentos se agitaban sin control, quedaron lacias. Lino se levantó y salió corriendo de la casa.

***
-¡Don Meli! ¡Don Meli! Levántese don, ques´to urge con desesperación. Lino gritaba, tocando puertas y ventanas de la casa de don Melitón con impaciencia.
-Ya cállate muchacho, ya te oí, vas a despertar a todo el rancho. Ya voy hombre, qué horas estás de venir a levantarlo a uno. ¡Ah Carajo¡ si apenas van a dar las ocho. Pos, ¿a que horas me dormí? Cuándo don Melitón abrió la puerta, se encontró con la descompuesta figura de Lino que a boca de jarro le dijo:
-¡Lo mataron don Meli! ¡Lo mataron!, Ya’stá todo muerto, los ojos se le fueron pa´tras. Me dijo que fue la mujer y la mujer se fue pa´... corrió pa´ la laguna o vaya uste´ a saber pa´ donde, pero desapareció como ánima que se lleva el diablo.
-¿A quén mataron, cuál mujer, cuál ánima y ´onde está el muerto, al que dices que mataron? Aquiétate muchacho, porque ni yo me entiendo. Antes que todo: ¿quén es el muerto? y ¿en ´onde lo mataron? Le preguntó don Melitón que aún no terminaba de fajarse la camisa.
-¿Pos a quién va ser, don? ¡A mi cuña´o! En su casa de la laguna, la que´ra de su má. Pero apúrese, que nos´ta el horno pa´ viejitos. El nerviosismo de Lino era evidente, en sus manos la gorra ya era un trapo deforme.
-¿Y cuál es el apuro, si está dijunto como dices ni modo que se juera a ir? Le contestó don Melitón que entró por su sombrero.
Antes de ir para la casa de Gabriel, pasaron por Bulmaro, al que le pidió algunas cosas, de ahí se fueron a ver a Domitilo, el sobrino de Bulmaro, para mandarlo a Cuitzeo a que diera aviso al ayuntamiento. El muchacho cuando los vio se hundió la gorra que llevaba puesta, hasta las orejas. Y empezó a balbucear:
-Yo no sé. Yo no vi, Yo ni me acuerdo quien soy…
-Y ahora tú, ¿qué te traes? Le preguntó Bulmaro al notar que el muchacho se puso nervioso.
-Pos nada tío, lo que pasa es que me despertaron.
-Y te duermes con la gorra y las botas puestas y todas llenas de lodo. Ándale vete pa´ enca mi compadre ´Meterio, y le dices que te lleve en su troca a Cuizeo, y le entregas este papel al comandante de policía, luego te regresas pa´ tu casa.
-Si su compadre me pregunta que, ¿pa´ qué?, ¿Qué le digo?
-Pos nada, qué le quieres decir. Tú nada más haces lo que dijo don Melitón. Si se corre el chisme en el rancho de que fuiste a ver al comandante de policía, de antemano sé que tú abriste el hocico y no dudes que te lo rompo.
-´Ta bueno tío, yo no digo nada ni a don Emeterio siquiera.
Eran las ocho y media de la noche cuando llegaron a la casa de Gabriel. La única luz que se veía era la que salía por la ventana de la sala. Todo lo demás estaba completamente oscuro. El camino que salía del rancho llegaba a su fin frente a la casa. Todos los alrededores eran tierras baldías, salitrosas, en donde solamente crecían mezquites y huisaches que formaban bosquecillos apretados de espinas.
-¿Y tu hermana donde está? Le preguntó Bulmaro a Lino que no dejaba de temblar.
-En ca´ mi ma´. Hoy le tocaba ir pa´ allá. Y aunque el Grabiel se enojaba: ´onde manda generala, sus chicharrones no truenan.
-¿Y dices que no le mirastes la cara a la mujer que salió corriendo? Le preguntó don Melitón
-Pos no, llevaba un trapo de´sos que usan pa´ ir a la misa, enreda´o en la cabeza y tapándose la boca. Lo que sí le miré bien, fue el vestido rojo todo entalla´o que traiba por arriba de las corvas y por debajo de las chichis. ¿Pos qué no van entrar a mirarlo? Los apuró Lino porque se habían detenido a unos metros de distancia.
-Entonces la mujer que éste vio, no es de las aquí del rancho.
-Tal parece Gulmaro, a las de aquí no las dejan usar de esos trapos. Pero primero lo que´s primero, hay que mirar el camino, pa´ ver qué nos dice.
Don Melitón le pidió una lámpara de baterías a Bulmaro y se agachó para examinar el lodo del camino. Solamente encontró las huellas de los “tenis” de Lino. Cuando estuvo satisfecho, les hizo un ademán para que lo siguieran y los tres entraron a la casa. Gabriel se encontraba tal como Lino les había dicho. No fueron más allá de la puerta y volvieron a salir.
-Quédate aquí ajuerita Lino, pa´ que les digas a los mirones que no vayan a ser tan brutos de borrar la huellas patales del camino, tienen que estar tal cual, pa´ cuando lleguen los de Cuizeo. Manque, no creo que hoy lleguen.
-Y cómo sabe que van a venir los mirones, nadie nos vio. Le contestó Lino.
-Eso te crees, porque tú no mirastes a nadien, pero bien que nos miró la doña Brígida y con esa tenemos.
-Sí es cierto, esa doña siempre está como las tortugas, debajo del agua pero mirándolo todo.
Bulmaro seguía los movimientos de don Melitón, él que linterna en mano, volvió a recorrer el camino revisando para ver sino se le había pasado por alto algún detalle. Siguieron la calle lodosa unos cuantos metros y después se regresaron por encima de la grama de las orillas. Dos o tres veces se agachó don Melitón y su viejo rostro se iluminó con una sonrisa.
-Échale un ojo Gulmaro, aquí se mira que se torció la pata la mujer. Después corrió pa´ de aquel la´o de los huisaches y de seguro llegó a la carretera. ¿Verda´?
Después circundaron la propiedad. Entre la maraña de huisaches que crecían a ambos lados de la casa, encontraron un sendero que llevaba hasta la puerta de la cocina que daba al corral y de ahí seguía hasta llegar a la orilla de la laguna. Sobre el sendero se distinguían varios pares de huellas de zapatos y de botas de hombre que iban y venían.
Terminado su escudriño y satisfecho don Melitón con lo descubierto, entraron a la casa donde hizo un rápido pero minucioso examen, don Melitón era de esos hombres que con un sólo golpe de vista, se enteran de muchas cosas. Cuando alguien le hacia notar esa cualidad, simplemente decía: “más sabe el diablo…” En el rancho lo tenían en una situación muy particular, era sin ser, por aquello de la no reelección, el encargado del orden. Él, así mismo se consideraba una especie de ministerio público, porque hasta sus oídos llegaban todos los problemas habidos o por haber en el rancho de Joruco. Esa era la razón por la cual Bulmaro siendo el encargado oficial ni objetaba ni opinaba, simplemente aprendía del viejo que a pesar de sus muchos años, poseía una mente brillante y la agilidad de las liebres en cuanto a saltar charcos y brincar cercas. En el rápido examen que hizo de la sala, lo único que le pareció extraño fue que el piso de mosaico de la habitación estaba limpio, demasiado limpio para el chubasco que había estado cayendo durante toda la tarde.
Eran pasadas las nueve de la noche, don Melitón estaba observando el cuerpo de Gabriel, cuando el ruido de un motor lo sacó de sus cavilaciones, no le hizo caso y se fue hacia la cocina, la puerta que daba al corral estaba cerrada. Nada ahí indicaba que hubiera habido una pelea. Sobre la mesa estaba una tranca de mesquite de un metro y medio de larga y gruesa como un brazo, la examinó, pero no encontró rastros de lodo. Un cenicero con colillas de cigarro, varias semillas de mariguana y algunas botellas de cerveza vacías. Don Melitón volvió sus ojos hacia donde estaba el muerto y pensó -En qué andarías metido Grabiel?
-¿Bueno don Meli, qué fue lo que pasó? Le preguntó Bulmaro cuando el viejo regresó a la sala.
-Atínale tú, la puerta de la cocina está cerrada con aldaba. Entonces, a juersas el que lo mató se salió por la puerta que da pa´ la calle, pero el Lino dice que nomás miró salir a la mujer, y cuando entró no había nadien adentro. Y tiene la razón porque como mirastes, las pisadas que vienen de la cocina pa´ la puerta, nomás son las de la mujer. Atínale tú, por ´onde entró o por ´onde se jue. Lo que sí sé, es que al Grabiel le atinaron cuatro fregadazos bien da´os. Te fijastes, los tiene marca´os en la camisa con lodo; van de riñones pa´rriba. Atínale tú, con que le pegaron, porque la tranca ni mojada está y los verdugones que le miré en la espalda, están muy juntos y como acuata´os… Pos si le pegaron, le dieron con un tubo, que es a lo que más se asemejan las hinchazones que tiene. Pa´ mí que le tronaron el cuajo y algunas costillas que se le enterraron en el pulmón, por eso aventó los cuajarones de sangre, cuando el Lino lo encontró
-¿Será el vaso, don Meli?
-Vaso o cuajo, lo mismo da, pa´l caso está bien muerto.
-Esos trancazos no los puede dar una mujer. Aseguró Bulmaro.
-No, pa´ nada. Esto nomás lo pudo hacer un pela´o y bien juersudo. Porque el zapato que no trai el Grabiel, jue a dar hasta cerca de la estufa. Ven pa´ que mires. -Bulmaro siguió a don Melitón a la Cocina.- Mira la tranca, ques lu´nico que se mira con lo que le pudieron pegar. ´Ta limpia, ¿veda´?
-¿Y usted quién es?
Preguntó una voz aguardentosa a sus espaldas. Alzando la cortina de la puerta de la cocina, estaba un policía.
-Pos quén he de ser, sino el mero segundo del encarga´o del orden, aquí presente, como quén dice, soy el ministerio público del rancho, no más que yo, como y meo. ¿Verda´ Gulmaro? Pásenle, pero dígale a sus ayudantes que se limpien los zapatos antes de que se metan pa´ dentro de la casa.
Mientras decía esto, don Meli recogió algo de la mesa de la cocina y lo guardó en la bolsa de su chamarra. Luego entraron otros, tres en total. A pesar de la advertencia de don Meli, sobre el piso de la sala ya estaban las huellas de los tres individuos marcadas con lodo.
Mientras Bulmaro los ponía al corriente de sus investigaciones, don Melitón se fue a sentar sobre la costalera en donde los municipales ya tenían a Lino, en calidad de detenido.
-¿Pos qué les dijistes tarugo?
-Yo nada don Meli. Llegaron sabiéndolo todo, porque luego, luego, se fueron en contra mía, alguien ya les había contado, ha de haber sido el mismísimo que lo mató, que es el único que podía estar entera´o de todo el asesinato.
-Pue´ qué sí, pue´ qué no muchacho.
Murmuro don Meli, mientras veía las idas y venidas del comandante de policía, que le pareció no hacia caso a las explicaciones que le daba Bulmaro, porque, con la punta del pie aventó el cuerpo de Gabriel, que cayó de espaldas.
-Mírelos don, prietos, prietos, con cara de perro en tiempos de hambre, dos flacos y el comandante como lo manda su deber, gordo de cebo.
-Todos estos julanos se miran iguales, Lino. Y mira tú, hasta se trajeron al dotor de los muertos. Cuánta prisa. No han de tener trabajo, por eso llegaron deal´tiro rápido.
Cavilaba don Melitón, cuando un cuarto hombre, maletín en mano entró a la sala y se fue directo al cadáver.
-A este hombre lo asesinaron. Dictaminó el médico.
-Todavía no acaba de mirarlo, y ya supo que lo asesinaron. Ni duda me cabe, este dotor es bien menso. Pero tiene certifica´o. ´Ora sí nos va llevar patas de cabra con estos pela´os, todos los del rancho vamos a ser los asesinos.
Especuló don Melitón que veía cómo el forense se encuclillaba frente al cuerpo y le encajaba una aguja larga a Gabriel, en el lugar donde se encuentra el hígado. Ahí la mantuvo un rato.
-Antes de que le saque la aguja esa que le metió, le pone el dedo en el abujero pa´ que no se le derrame el dijunto, do… tor.
El médico se volvió para ver quien le decía semejante disparate y al mismo tiempo sacó la aguja que no era otra cosa que un termómetro. La sangre brotó como si fuera una fuente, pero la violencia del chorro fue instantánea, tan pronto como llegó hasta el pecho del forense, al que bañó, quedó solamente en un hilito que empezó a manchar la camisa de Gabriel y lentamente se fue empapando de sangre.
-¿Y ´ora por qué me mira todo enoja´o? Pos va ni que yo tuviera la culpa de sus tarugadas. Si quería saber a que horas se murió el dijunto, yo mero le hubiera dicho. Por otro la´o, qué no´stá mirando que al muchacho le reventaron el cuajo a purititos golpes y la sangre está amontonada entre las entrañas, nomás buscando por ´onde salir, y salió. ¿Verda´?
-¿Y usted cómo sabe que lo mataron a palos? ¿Movió el cadáver? Por que si lo movió, alteró las evidencias y le aseguro que…
-Uste´ no me asegura nada dotorcito, sépase que yo soy el comisario ejidal del rancho, la mera policía como que´n dice y uste´ me viene guango y otros tantos como uste´, que no tienen ojos en los ojos, también.
Le dijo don Melitón, muy enojado al médico general, trasformado en forense para dichas ocasiones, y se fue hacia donde estaban los municipales que se habían llevado a Lino junto a la puerta de la recámara, para interrogarlo. El comandante lo estaban bombardeando con preguntas: de quién era la casa, qué había hecho con la esposa del occiso, para qué vino a verlo, algunas otras preguntas y la peor, que fue la que mejor escuchó don Meli, ¿por qué lo mató?
-Es de su má de Grabiel, la viuda que se murió el otro día. Su mujer está en ‘cá mi má, porque hoy le toca ir pa´ su casa. Mi cuña´o me mandó llamar ayer, pa´ que viniera, pa´ pagarme un dinero que me debía. Cuando llegué no miré luz y me quedé ajuera, que fue cuando miré, no, primero ollí el grito de la mujer, ya después la mire cuándo se salió. Ya le dije, no lo maté. Ya le dije, como un chorro montón de veces, que yo no lo maté. Él mismo me dijo antes de que se muriera que fue una mujer la que se lo torció. Pero uste ajuerza quiere que yo lo mate, y ya torció la puerca el rabo. ¡Yo no fui! Pos sepa la mocha quién fue.
-Y ahora usted qué hace ahí arranado.
Preguntó el jefe de los municipales, a don Melitón que revisaba el piso con mucho cuidado. El viejo levantó la vista y le contestó.
-Qué se fija, de repente me siento rana. Déjeme le digo, el Lino no mató a su cuña´o, en eso anda mal de entendederas. Ya sé que allá ajuera los metiches del rancho le dijeron que se peleó con el dijunto y enoja´o le dijo que lo iba a matar. Ya miró, el suelo está limpiecito, limpiecito, güeno, sino juera por sus patas que se miran bien marcadas. Pos como le decía, lo del pleito de éste con el muerto, hasta allí quedó. Durara yo probe lo que esos dos duraban enoja´os. Uste´ le está diciendo al Lino que allí junto al sillón se lo quebró, con la tranca que traín pa´rriba y pa´ bajo, diciendo que es el cuerpo del delito, si así juera tuviera lodo como el que tiene el dijunto marca´o en el lomo y habría muchas huellas de pies o cuando menos las patas del Lino y las del Grabiel, porque no se vaya a crer qu´el Grabiel era mansito, y no´stán más que las que lo trajeron a ver al muerto y las que lo llevaron pa´ juera de la casa.
-Mire don, Ya el encarga´o del orden me explicó todo eso que usted está diciendo, pero yo no creo en fantasmas, éste sujeto fue el único que entró y salió de la casa y el único que lo pudo matar. El cuento de la mujer nomás es para distraer. Y si lo estoy oyendo, nomás es pa´ que después no digan que somos prepotentes. Este sujeto lo mató. Sentenció el policía.
Lino de pronto se desesperó y se dejó caer de rodillas; cuándo se levantó, recobrando la compostura, su mano estaba en la bolsa del pantalón. Don Melitón suspiró y se reacomodó el sombrero. Había visto que Lino recogió un paquetito del suelo, exactamente del único rincón por donde él no pasó su mirada de águila.
Los policías sacaron al muchacho que temblaba sin poderse controlar y lo subieron a la camioneta desvencijada en que llegaron al rancho.
-¡Yo no fui, don Meli! ¡Se lo juro por mi madre qué yo no fui! ¿Qué tanto me miran, jijos de su china hílaria? A cual más de ustedes también se pelearon con el Grabiel ¡Yo no fui, pá, se lo juro por uste mismo, que yo no fui! Gritaba Lino a la gente de que se arremolinaba por fuera de la casa.
-Qué le parece Don Meli, estos pela´os en menos de quince minutos llegaron, hablaron con la gente del rancho y solucionaron el asesinato. Lino mató a su cuñado, sin más averiguaciones. Yo también hable con ellos para decirles que sino saben nada, mejor no habrán el hocico. Pero como usted dijo, ya les soltaron lo del pleito y otras cuantas tarugadas más que ni vienen al caso. Los amenazaron con llevárselos a Cuitzeo para que hablaran porque quieren resolver pronto el asunto. El candidato para diputa´o va ha andar por aquí el próximo jueves y el presidente municipal no quiere que le aguaden la fiesta de campaña. Por otro la´o también la hermana de Lino piensa que él lo mató. Les dijo que cuando Lino se salió de su casa le gritó: que si Gabriel no le pagaba se lo iba a llevar la tía de las muchachas. Ella fue la que más tierra le echó.
-Tú no crees que el Lino jue el que lo mató, ¿Verda´? No vayas a dejar que se lo lleven pa´ Cuizeo. Aquí yo soy el ministerio público, y yo lo encierro.
-Y a poco van a querer, cuando vean su cárcel, más rápido se lo llevan.
-Íra Gulmaro, manque mi cárcel sea uno de los chiqueros de mi casa, cuando los encierro, se los dejo muy en claro, les digo que tiznen su madre si se brincan las trancas y hasta el día de hoy, nadien se me a pela´o. ¿Qué dices a eso?
-No es lo que yo diga don Meli, esa yo ya me la sé, acuérdese que me encerró dos días. Es lo que el comandante piense.
-Ta güeno pues, pero no dejes que se lo lleven. Lo he de encerrar en la troje.

***
El lunes en la madrugada, se llevaron el cadáver. Al medio día regresaron los municipales y se llevaron a Lino, lo enceraron en la cárcel de Cuitzeo a pesar de las protestas y argumentos de don Melitón. Como el hijo del presidente municipal de Cuitzeo estaba en plena campaña para una diputación, tenían que solucionar rápido el problema de tal manera que no le hicieron la autopsia de ley al cadáver y a las nueve de la noche ya estaban velando a Gabriel en la casa de su suegra. En el velorio había varias mujeres que no eran del rancho pero una en especial llamó la atención de don Melitón. En cuanto la vio se lo dijo a Bulmaro y la sacaron al patio para interrogarla.
-Qué estaba haciendo ayer en la casa del Grabriel, muchacha. Le pregunto don Meli a la mujer.
-Y ´ora, qué se trae viejo loco. Yo no estaba en casa de nadie, me confunde.
-No te confundo muchacha, ira trais la mesma chalina, la mesma con la que te tapastes la cara, pa´ que el Lino no te la viera y si me apuro mucho, hasta los mismos zapatos que se te atascaron entre la grama, ahí jue donde se te torció el pie que trais venda´o.
-Mejor hablas o te llevo a Cuitzeo, haber si allá te animas. Le dijo Bulmaro a la mujer.
-Yo no lo maté. Soy su… su querida. Cuando la mujer de Gabriel se va con su mamá, a veces yo vengo para acá o él va… iba a verme a Cuitzeo y el domingo como no fue ni me mando avisar nada, yo me vine.
-¿Entrastes por la cocina?
-Sí, la puerta estaba abierta. Gabriel no estaba, pero llegó al rato. Yo me fui para la sala para esconderme y darle un susto. Él entró solo pero alguien venía detrás de él y le pegó. No se cayó hasta el suelo porque lo atoró la mesa. Pero cuando se enderezó le volvieron a dar otro fregadazo y ese sí lo aventó para el suelo. Me asusté y me pegué a la pared junto a la puerta del cuarto para que no me viera él que lo estaba matando. Ahí me quedé un rato. Pero como no se oía nada, me acerqué a ver que tenía. Estaba tirado con medio cuerpo en la cocina y medio en la sala, la cortina le quedaba encima del cinturón. Estaba vivo porque le roncaba el pecho y como que jalaba mucho aire, entonces lo quise levantar para subirlo al sillón y fue cuando se le voltearon los ojos, grité y me salí corriendo de la casa que fue cuando me vio su cuñado.
-¿Nomas eso pasó, no se te olvida nada, muchacha?
-No, don. Eso es todo lo que sé.
-¿Entonces no vistes al que le pegó con la tranca? Le preguntó Bulmaro
-No, por la cortina nada más se veían bultos. De lo que sí estoy segura, es que no le pegaron con la tranca. Antes de irme a esconder vi que Gabriel la traía en la mano, él la dejó encima de la mesa. El que lo mató le pegó con otra cosa.
-Si el hombre que lo mató, entró por la puerta de la cocina, fue porque Gabriel la dejó abierta. Y la tranca que traía en las manos era para defenderse, a lo mejor lo venía siguiendo. ¿Tú viste para dondé se fue? ¿El asesino cerró la puerta de la cocina con la aldaba? Cuestionó Bulmaro a la mujer.
-¡Ay Gumaro, Gumaro! En que entendederás cabe que el pela´o iba a entretenerse en cerrar la puerta. La puerta la cerró ella, ¿verda´?
-Pos sí, no fuera que el pelado que le pegó se fuera regresar y me diera a mí también. Y hubiera cerrado la de la calle, pero no me dio tiempo porque el cuñado me vio. Y si ya no me necesitan, voy a presentarle mis condolencias a la viuda porque todavía no se las presento.
La mujer volvió a entrar a la casa, se tapó la cabeza con la chalina que traía sobre los hombros y vieron cuando se acercó a la viuda para darle sus condolencias.
-Qué mujer tan sin vergüenza, verda´ Gulmaro. Mira que no dar aviso de lo que le pasó al dijunto, pero cerró la puerta pa´ que no se metiera de güelta el asesino.
-Y a todo esto don Meli, cómo supo que ella era la mujer que vio Lino.
-Una, por la chalina, no jue güena pa´ sacudirla, todavía está blanca de la cal que se destecata de las paderes de la casa del Grabiel. Y dos, la que se le nota más, la pata vendada, la misma que te dije que se torció cuando se jue corriendo.
A las nueve de la mañana del martes fue el entierro en el panteón del rancho de Capacho. No hubo misa de cuerpo presente ni ninguna otra ceremonia. La esposa de Gabriel se enteró de que la querida había estado en el velorio y hasta el enojo que sentía por su hermano Lino, se esfumó. Apresuró el entierro y se quedó en la casa de su mamá para llorar a gusto. No tanto por la muerte del marido, sino más bien por el engaño que descubrió.

****
La mañana está soleada. El campo rebosa de verde. El trote de los caballos es lento, acompasado, sería un día perfecto de no ser por el enojoso asunto que ocupa sus mentes. Mientras Bulmaro y don Melitón llevan rumbo a la casa de Gabriel, van comentando lo sucedido. Para llegar a allá no siguieron el camino, se fueron por la orilla de la laguna que a las once de la mañana, resplandece como un gran espejo plateado.
-Mira Gulmaro, da gusto ver que la laguna tiene agua, aunque pa´ noviembre ya va´star seca otra vez. Yo no sé a que pela´o tarugo se le ocurrió secarla.
-Al mismísimo gobernador, don Meli. Pero le fallaron las tanteadas. Aquí quería construir el aeropuerto que ya están haciendo en Álvaro Obregón.
-Pela´o dos veces tarugo ni construyó pero sí nos perjudicó. Sea por Dios, yo no sé pa´ que van tantos años a la escuela. Yo no jui tantos, pero pa´ mí que todo el asunto del Grabiel está encerra´o en el corral, allí estaban las pisadas. Las de cuando llegaron las botas no estaban, porque todavía estaba lloviendo y se borraron. Luego aparejadas, porque si´van cuidando de no pisar en los charcos, estaban las de los zapatos del Grabiel y las de las botas. Así que primero llegó el pela´o de las botas, luego se salió con el dijunto, que regresó solo y entrando, entrando, se quitó los zapatos llenos de lodo y ahí jue cuando lo mataron. Pa´ mi que estaba descuida´o, medio agacha´o por eso jue que le dieron entre riñones y pulmón. Mira Gulmaro aquí mero, en la membrillera, vamos hacer el panteón del que te platico, pa´ no ir a enterrar a nuestros dijuntos hasta el de Capacho.
-Lo que usted diga Don Meli, a fin de cuentas la tierra es suya. Si quiere hacerla panteón quien se lo impide.
-Nadien Gulmaro, nadien.
Los quinientos metros que les faltaban para llegar al corral de la casa de Gabriel, los hicieron en silencio. Don Melitón repasaba mentalmente lo sucedido. Bulmaro se daba cuenta de eso, porque don Meli murmuraba y gesticulaba dando pequeños golpes en la cabeza de la silla de montar con la mano. Don Melitón interrumpió su soliloquió al ver que la puerta de la cocina estaba abierta. Él y Bulmaro se apresuraron a desmontar y corrieron para la casa, al entrar vieron a un hombre que parecía buscar algo en el suelo. Bulmaro entra primero con intenciones de atacarlo pero don Melitón lo detiene jalándolo del brazo. Parado en el marco de la puerta, don Melitón hunde su mano en la bolsa de la chamarra, saca una bolsita y mientras la balancea en alto dice:
-Esto es lo que buscas Domitilo. Tarde se te hizo pa´ ir por los municipales y contarles, nunca en la vida habían llega´o tan de´a tiro pronto y con todo y el dotor que levanta los muertos. Tú, ´tabas aquí el domingo, te juistes pero te regresastes a buscar esto, ¿verda´?
Don Melitón aventó sobre la mesa una bolsita que contenía mariguana. Cuando el muchacho la vio empezó a tartamudear.
-Pos sí… Pero yo… Pero yo no lo maté. Cuando venía pa´cá de güelta, oí el grito que dio la querida y me fui a esconder entre los huisaches, desde allí miré que un bulto salió corriendo de la cocina pa´l corral.
-¿Y eso fue todo? En primer lugar a qué viniste y por qué no hablaste con los municipales para decirles que Lino no fue el que lo mató. Por qué tú no viste a Lino o sí. Habla o te rompo el hocico. Le dijo Bulmaro a su sobrino Domitilo, al que zarandeaba con coraje.
-Sino hablé fue por puritito miedo. Más miedo de que uste´ me rompiera la madre que de los municipales. Pero ya me cayó en la movida y ni modo. Como la vieja de Gabriel se va todos los domingos con su má, yo aprovechaba y me venía pa´cá con él, pa´ fumamos un churro, ya después bien tuturusco, el Gabriel jalaba pa´ Cuitzeo a ver a su querida que es más güila que una chiva, por eso cuando iba para Cuitzeo le manda avisar, no fuera que se la encontrara con otro, pero el domingo la llovida nos descompuso todo y no le mandó avisar, porque se estaba fumando un… un cigarro con el mandadero y la querida le cayó acá.
-Déjate de tarugadas, mucho miedo que le has de tener al Gulmaro. Más mejor empieza a recordar cómo era el julano que mirastes correr pal corral.
-Achaparra´o y gordo.
-Achaparra´o como una gente chaparra o chaparra´o como que se iba alagartando pa´ que no lo miraran.
-Pos ahora que lo dice, así mismo. No era que fuera gordo, por lo agacha´o se miraba con un lomo largo y gordo.
-Lárgate para tu casa que yo me encargo de contarle a tu papá, lo de la mariguana para que él sea el que te rompa el hocico.
-No sea gacho tío, no le diga y voy a declarar a Cuitzeo pa´ que suelten al Lino. Además la viuda de Gabriel me pidió que viniera a echarles de comer a los animales, porque su apá se fue a llevarle unas cobijas al Lino. Por eso traigo llaves, sino cómo entraba. No se crea que nomás vine por la… Bolsita esa.
-No dejes de preocuparte Domitilo, de qué vas hablar, vas hablar. Sino dije nada de la bolsita jue pá no complicar más el asunto, pero ya te había echa´o el ojo. ´Ora de que suelten al Lino me encargo yo, ya tengo los pelos de la burra en la mano, nomás me falta saber de que color son.
Domitilo entró a la sala y regresó con una cubeta llena de mazorcas, con ella en la mano se dirigió al corral.
-¿A poco ya sabe quién es el asesino don Meli?
-No Gulmaro, to´via no, pero poco me falta. Vamos a revisar de nuevo el corral y deja la puerta abierta por si tenemos que entrar corriendo.
-¿Y por qué hemos de entrar corriendo?
-Tú has lo que te digo que ya sabrás. Mira las huellas del Grabiel, como ya te dije primero, van pa´ la orilla de la laguna, junto con las que ya sabes son del Domitilo, que´s el de las botas. Lo encaminó más pa´ allá de esas piedras que apenas se miran. Luego el Grabiel se regresó hasta aquí en ´onde estamos para´os, pero en lugar de seguir derecho pa´ la puerta de la cocina, se jue pa´ allá de aquel la´o del corral. ¿Qué miras allá? El corral de las chivas, ¿Verda´? Luego, por algo jue a verlas. La dichosa tranca que se llevaron los policías pa´ echarle la culpa al Lino, es la que falta aquí mero, en´onde encierra al macho virriondo que no está.
-Y eso qué, a la mejor alquiló al macho. Además cómo sabe que se fue precisamente para allá, si todo este lado del corral tiene tepetate y no hay huellas marcadas.
-Si miras bien el tepetate, te va a decir que el Grabiel pisó esa mierda de vaca. ´Ora, del chivo eso mero que dices jue lo que pensé en un principio, el domingo que no lo miré, pero después, atínale tú, pa´ qué quitaba la tranca y se llevaba pa´ dentro de la casa. Lo güeno jue que ya no llovió y se ven claras las embarradas de mierda que dejó. Llegó hasta aquí y miró que no estaba el chivo, quito la tranca y luego corrió pal´ corral de las chivas. Ahí mero por ´onde anda el Domitilo se paró, después como el Domitilo se brinco la cerca. Y hazte pa´cá. Porque ya sé quén mató al Grabiel.
Don Melitón y Bulmaro que estaban parados junto al corral de las chivas, vieron que Domitilo tardó más en brincar para dentro, que lo que tardó en brincar de nuevo las trancas del corral, para afuera y salir corriendo hacia la puerta de la cocina porque un chivo iba tras de él, a toda carrera.
-Ya vistes pa´quera lo de la puerta abierta Gulmaro.

***
-Pos ya ven señores que no les miento, al principio hubo algunas cosas que me destantearon pero luego jueron entrando en su lugar. En la última repetición de los hechos que hicimos, hoy en la mañana, el Gulmaro como la másima autorida´, y yo como ministerio público del rancho de Joruco. Sacamos la verdadera verda´, que es la siguiente: Apúntele señor secretario, pa´ que no se les vaya a perder ni´un detalle y nos salgan después con que a Chucita la nalguearon, diría el Lino, aquí presente en calida´ de detenido a huevo, si lo dejaran hablar.
Yéndome hasta el día domingo, el Domitilo llegó a la casa del Grabiel como a las seis de la tarde, se echaron unas cervezas y cuando éste que está aquí y que nos trajimos pa´ que hablara de lo que miró; ya se iba, el Grabiel lo acompaño hasta las piedras por la orilla de la laguna, de allí se regresó el dijunto, pero cuando llegó al corral se dio cuenta de que el Jerónimo andaba en el corral de las chivas, y pa´ que les explico que el Jerónimo es un cabrón, por eso siempre está retira´o de las chivas, másime si están cargadas. Y cargadas estaban, porque ya no´stan, el Jerónimo las hizo malparir a todas. Pos Güeno, cuando el Grabiel lo miró, se encrespó y agarró la tranca que falta en el corral del chivo, que jue la que se trajeron pa´ echarle la culpa al Lino, y con ella le dio sus güenos fregadazos al Jerónimo, pero como el Jerónimo andaba virriondo, no le hicieron los garrotazos. Y ustedes no están pa´ saberlo pero el condena´o del Jeronimo es bravo como el solo, y ya desde endenantes le traiba ganas al Grabiel. En esas andaba cuando llegó la querida, que ya eran como las siete, por eso no encontró al Grabiel en la casa cuando ella llegó. Y aquí está ella pa´ confirmarlo. Verda´ Muchacha.
Güeno, como al Jerónimo no le hacían los fregadazos, y el Grabiel le estaba pegando bien recio, mejor le paró, por aquello de que no lo fuera a desgraciar, jue cuando se acordó de los costales de las mazorcas que tenía allá adentro y le corrió a la casa, pa´ traese unas y darselas, haber si apaciguaba. Cuando entró a la cocina dejó la tranca encima de la mesa, que jue cuando se miró los zapatos llenos de mierda y se entretuvo en quitárselos, casi en la puerta de la cocina. Ha de ver esta´o medio agacha´o desamarrándose las agujetas, cuando se le jue encima el Jerónimo que lo venía siguiendo con todas las intenciones de fregárselo. Le dio en los riñones el primer trancazo, que jue lo que lo mandó contra la mesa, cuando se estaba levantando todo ataranta´o y sin aire, le dio el segundo y se lo atinó en onde empiezan las costillas que se le enterraron en los pulmones. Cuando el Jerónimo miró que el Grabiel ya no se levantó, se regresó pal´ corral, que jue cuando el Domitilo miró al achaparra´o que corrió. En ese entonces jue cuando llegó el Lino, y ya eran más de las siete, hasta ´onde estaba para´o le llegaron los ruidos de cuando el Jerónimo estaba medio matando al Grabiel, porque oyó sus resoplidos enoja´os. En un principio el muchacho quedo tira´o mita pa´ la cocina, mita pa´ la sala que jue cuando la muchacha se le acercó pa´yudarlo, pero no pudo con él y lo dejó tira´o ´onde lo encontró el Lino, después se jue a poner los zapatos que había deja´o en la cocina, porque estaban llenos de lodo y cerró la puerta con la aldaba. Cuando se regresó jue cuando se le voltearon los ojos al Grabiel, y allí viene el grito. Ya iba pa´ juera, pero cuando abrió la puerta vio al Lino recarga´o en el mezquite y se envolvió en la chalina, pa´ que no la reconociera, luego ya se jue corriendo.
Y eso es todo, allí ajuerita amarra´o de los cuernos, en la troca de mi compadre ´Meterio, está el verdadero asesino, se los trajimos en calida de preso, pa´ que suelten al Lino. Así mañana reciben al diputa´o como Dios manda. Y si alguien nos´ta conforme con lo dicho, nomás desamarren al chivo, un ratito, pa´ que no haya lugar pa´ la duda.

***
Cuando llegaron a Joruco, don Melitón le pregunta a Lino.
-En ´onde guardastes el dinero?
-¿Cuál dinero don Meli?
-Hazte tarugo, el que levantaste del suelo cuando te estaban fregando los municipales, junto a la puerta.
-¿De qué dinero hablan? Preguntó Bulmaro.
-Del que se iba a llevar la muchacha, pero que se le calló junto a puerta del cuarto, y éste lo levantó. ¿Era lo que te iba a pagar el dijunto, verda´?
-Pos sí. Ni peso más ni peso menos. El dinero lo dejé en calidá de detenido en la troje. Y aunque no hubiera sido, yo lo miré primero y como dijo el borracho, lo cáido es pa´l que se pone vivo, qué tal si lo ven los municipales. Ojos que te miraron ir, cuándo te mirarán regresar. ¡Ah! que don Meli que no se le va ni una.
-¿Y de eso cómo se enteró? Preguntó Bulmaro.
-Nomás me lo imaginé, cuando la muchacha trato de ayudar al Gabriel de seguro se le salió el dinero de la bolsa, ella lo miró y por la apuración nomás se lo echo al seno. Y de allí mero se le salió por andar enseñando todo el buche, ¿verda´?