miércoles, 20 de mayo de 2009

El suicidio de Auguste Dupin

El suicidio es abominable. Esta es la peor forma de iniciar un relato, sin embargo no podría decir otra cosa. En la mayoría de las culturas occidentales (no me atrevo a decir todas, C. Auguste Dupin se decepcionaría si intentara un absoluto al relatar un suceso que a fin de cuentas le pertenece) y también, creo, en la mayoría de las occidentales el suicidio es abominable, como he apuntado; el quitar la vida a un ser vivo (así seamos nosotros mismos) implica una responsabilidad moral y emocional, es comprometerse con un elemento de un sistema aparentemente caótico, pero que mantiene una estructura en equilibrio, endeble, pero en equilibrio. Sobraría decir que aquellos que profesan una religión por lo general mantienen un carácter de respeto a la vida en un grado exacerbado, obviaré otros tipos de rituales que le otorgan grados honorables y obligatorios a esta practica en casos específicos, ya que no cuento con los datos suficientes para hablar de ello y los que poseo son bien conocidos por cualquier mortel. Bien, salvo los casos de honneur, el suicidio fue tema de pocas pláticas entre mi amigo y yo, ya que lo considerábamos una salida absurda, una salida que en general era una retirada en polvorosa con un dejo de cobardía y por qué no, una opción poco saludable (tomando en cuenta el entorno del finado).

Sin embargo el entorno social de Dupin no era un tema a tomar en cuenta, como ya lo sabe el lector de los famosos casos resueltos por mi amigo, Auguste no parecía tener familia, ni un rastro, y después de años de vivir con él, casi podría asegurar que carecía de una línea delatora de sus orígenes, además del apellido, que tampoco no lleva a ningún lado, ya que los Dupin que podríamos buscar en el sistema de correos no parecen tener relación o al menos no aparentan tener interés en algún tipo de lazo emocional ni filial con Dupin. Podríamos decir que dados los casos sonados resueltos por este personaje no faltaría el familiar buitre que buscaría una cierta ventaja económica en las habilidades del ahora muerto. No está de mas decir que en el funeral de Dupin no hubo una atmósfera desierta, pero debemos acotar que ninguno de los asistentes tenía un interés emocional en el asunto de requerimiento social (ni los muertos se salvan de este petit cirque), lo que es más, la mayoría de los asistentes jamás tuvieron un encuentro personal con mi amigo, fuera de una figura azarosa en el cuadro de vida donde dos transeúntes cruzan una mirada furtiva o despectiva al pasar al lado de otro. El único personaje que vale la pena mencionar para este relato seria el funcionario, prefecto de la policía monsieur G****, ahora retirado pero aun así, con los suficientes contactos dentro de la comisaría como para facilitarle elementos para cualquier investigación.

Pero vayamos por partes. Hacía ya varios años que abandoné París, no me fue difícil despedirme de Dupin, nuestra amistad, los dos lo sabíamos, era más funcional que atados de sentimientos convencionales, por lo tanto era más fuerte, pero aceptábamos tácitamente todo lo que esto conllevó durante años. Además, yo como aprendiz involuntario era obvio que constituía una temporalidad finita en un clima catedrático, que en dado momento llegó a su fin. Así fue, de un día para otro decidí que les nuits parisiennes no me satisfacían ya, si bien la compañía de mi amigo era lo invaluable, lo efímero era lo indispensable, así que después de una breve despedida, el mismo día de mi decisión partí. Mantuvimos el contacto, los amigos siempre son un pretexto para aquellos que disfrutamos del idealismo epistolar. Viajé y aprendí distintos idiomas a la par que avanzaba nuestro juego de ajedrez: casi obligué a Dupin a aceptar a jugar con este sistema tan propio del juego que implica coordenadas, además de que usted recordará que Dupin no era un aficionado al ajedrez, es más, lo consideraba insulso y para mentes inferiores. Así, solo para apuntar digamos que Dupin era tan bueno para jugar como para objetar en contra del ajedrez, o sea: siempre perdí. Bueno, no siempre, perdón por el absoluto, últimamente parecía Dupin que era un niño al que enseñaba a jugar, supuse que me hice tan bueno para jugarlo que leía sus jugadas dos cartas antes de tener la movida de mi contrincante. El ultimo juego fue un absurdo, con mis piezas (negras) haciendo un jaque de torre a su rey en c3, así que su siguiente jugada obligatoria sería perder su ultima torre al estar en línea con su rey en c5, quedando el juego en tres piezas: dos reyes y una torre, la mía. Sin embargo nunca recibí las ultimas jugadas de mi amigo (qué importaba, igual por su temperamento predecía que se iba a rendir, en el ajedrez solamente); en cambio, recibí una carta de monsieur G**** dándome la noticia de su fallecimiento, o lo que en las propias palabras de G****:

“Estimado señor Poe, es una pena tener que ser yo quien le de la noticia: nuestro amigo ha muerto. Sin embargo me recoge un sentimiento de deber dada nuestra intermitente amistad y mutua con C. Auguste Dupin, a quien ambos hemos apreciado y con quien hemos compartido. Sin más rodeos me gustaría que nos pudiese acompañar a su entierro. Se preguntará usted como es que éste no ha sucedido, pues bien, gracias a una serie de amigos que no viene al caso dar sus nombres, he logrado que su cuerpo se mantenga en el forense en un estado de congelación para conservarlo, mientras le escribo el cuerpo reposa en una cama de hielo y yo aprovecho para llevar a cabo el fin por lo que pedí este favor: buscar familiares del finado para que nos acompañen a la última morada de Auguste. Con cariño su amigo y doliente G****”.

Cuando recibí esta misiva me encontraba en Rumania haciendo una breve visita a los castillos de los condes que llegaron a habitar esta región de días oscuros casi sempiternos, al menos en atmósfera. La noticia fue un carámbano helado, ya que aunque al parecer nuestros lazos afectivos eran escuetos, la noticia en si era desgarradora. Me explico: alguien con la personalidad de Dupin simplemente y de forma absoluta ¡no podía suicidarse! Para mi era de lo más inverosímil. Auguste, persona fría y calculadora al parecer carecía de elementos para atravesar por una depresión, sin lazos afectivos, sin el interés por crearlos, con una vida ermitaña y completamente funcional, además de una personalidad en absoluto intelectual y, me perdonara mi amigo, desdeñosa y soberbia, el suicidio no encajaría en su vida a menos que éste fuera una forma de enaltecer algún tipo de carácter intelectual o que creara algún tipo de investigación que necesitara algún tipo de destreza para desentrañar un crimen y dejar al final claro que había sido un suicido. Sin embargo esto seria una especie de última broma macabra de mi amigo, completamente fuera de contexto… vale la pena mencionar que inmediatamente recordé las platicas que tuve con mi amigo acerca de este acto, el suicidio, y lo que es más, recordé que cada vez que el tópico era siquiera aludido mi amigo parecía persignarse en silencio, digo parecía pues bajaba su cabeza por un momento y al levantarla aludía a alguna personalidad religiosa para condenar el acto.

Para mi era bastante claro: no podía tratarse de un suicidio.

Inmediatamente aborde un tren a París, después de los dos días de viaje llegué a mi destino. Obviamente tenía un lugar a llegar programado: mi antigua casa compartida con el finado. Dentro de la impresión que me llevé al leer la noticia y tomando en cuenta que la carta tardaría lo mismo que yo en llegar, decidí no avisarle a nadie que asistiría al entierro aún en caso de que se me pudiera esperar. Al llegar a la vieja casa en la faubourg Saint Germain, quien me recibió fue el prefecto G****, como si fuese un inquilino habitual en aquel lugar. Me abrazó, lo que removió un poco de asco, condescendencia, coraje y agradecimiento dentro de mi hacia este personaje, ahora mucho más viejo y regordete. Después de que intentó ayudarme a bajar mis cosas y a establecerme en mi antigua habitación regresamos al estudio para compartir detalles con el exfuncionario, ahora retirado. Acababan de enterrar a Dupin.

­–Fue una suerte que me encontrara aquí –dijo G****– voy llegando del camposanto. Debo decir que fue una lástima que no nos acompañara… digo nos acompañara en sentido figurado pues debo de informarle que no lo pude esperar ya que mis intentos por localizar a algún familiar de Dupin obtuvieron los mismos resultados que la espera de una respuesta suya. No es que le reproche algo, simplemente que pensé que Dupin y yo estábamos abandonados, ahora sin usted, a la completa soledad. Si bien hubo una multitud, por así decirlo, nadie estuvo ahí por las razones que estuve yo y que hubiese estado usted, estoy seguro. Al parecer Dupin no tenía familia, ¿alguna vez le comento del paradero de algún familiar a usted?
–No –dije secamente y aun conmovido por la imagen que esta soledad y ausencia de sentimientos sinceros en un entierro, el de mi amigo, despertaba en mí. Casi lamentaba tanto este hecho dantesco como la misma muerte de mi viejo amigo.
– ¿Tampoco asistieron D****, R****, F****? –pregunté.
–Usted me disculpara pero la suerte de D**** pareciera estar vinculada como un espejo a la de Dupin: se suicidó sifilítico y en la ruina, únicas diferencias con Dupin, hace casi un año, no sabía que también era su amigo ¿debí avisarle?
–No, no se preocupe, sólo se que Dupin y D**** llegaron a rivalizar y ser amigos en un momento dado.
–Soy un hombre viejo y estoy retirado, sin embargo no puedo quedarme mucho tiempo más con usted a acompañarlo, las noches de París se han vuelto frías y no hay quien prepare mi cena en casa, así que me retiro, pero antes me gustaría entregarle algo que le pertenece.

No alcancé a preguntarle por el destino de su mujer, habló muy rápido y cuando tuve tiempo de reaccionar ya extendía hacia mí una carta con la firma de Dupin y un sello, para mi desconocido hasta entonces. En la sorpresa que esto me causó el anciano había atravesado la puerta y me dejó en el quicio observando a las viejas noches Parisienses que tanto me habían saturado antes y que ahora me causaban una especie de melancolía reconfortante, casi como si tuviera la seguridad de que al voltear y regresar al estudio, después de acompañar a G**** hasta la puerta, me encontraría a Dupin sentado con su bata y los pies sobre el taburete, fumando de su pipa, viendo a la nada por encima de sus lentes verdes, fijamente a la nada, como si yo nunca hubiese estado ahí… siempre fue así, tantas veces fue así.

“Mi estimado, mi querido y entrañable amigo” empezaba la supuesta carta de Dupin dirigida hacia mi, el nunca hubiera sido tan afectuoso… “se preguntará que ha pasado aquí. Pues bien, no ha pasado absolutamente nada. Podría extender mis líneas hasta el horizonte en una explicativa y alegórica sarta de oraciones sobre las metáforas de las velas que han de apagarse, sobre el ciclo de la vida y la muerte, sobre las plantas y los animales y la comparativa con el ser humano, pero eso ya no me interesa, mi mayor interés seria en este momento visitar el primer nivel del infierno para poder hablar con los grandes griegos, así que sin mas me despido y le agradezco su tiempo, además de las veladas y su amistad. Por cierto, la jugada sería Rc3-d4. Un abrazo.”

Desconcertante debería decir: Dupin mostraba en esta carta dos características desconocidas para mi: su afectividad y una forma escueta de escribir, o sea, poco descriptiva. Si Dupin disfrutaba algo era el dialogo de las formas en que llegaba a sus descubrimientos, casi mágicos, relacionados con los casos que resolvía. Aquí decidí iniciar con mi investigación: no era posible que Dupin hubiera cometido suicidio, alguien debió matarlo. Después de resolver tantos casos y de meter a la cárcel a tantos personajes y arruinar a otros tantos no le faltaban enemigos con motivos suficientes. Las siguientes fueron anotaciones que hice a modo de conversación sostenida con un imaginario Auguste Dupin, es obvio que aunque su aprendiz, mejor, su compañero, también era una tarea no fácil de manejar el iniciar con la investigación que me parecía, para variar, un mal seguimiento de hechos realizado por la policía parisina. Yo aún no contaba mas que con la carta que obtuve de G****.

-La policía acepta la versión del suicidio –le dije a Dupin.
-Sí mi amigo, la policía de París, la misma que muchas veces recurrió a nosotros para sacarlos de sus atolladeros, no olvidemos los casos que resolvimos.
-¿Entonces estoy en lo correcto al suponer que no se ha suicidado? –le cuestioné a mi imaginario amigo.
-Mi querido amigo, con los datos que tiene debe deducirlo, o buscar más información si no le basta, ya que he muerto no sería correcto resolver su vida desde mi muerte. La implicación moral de este hecho es grande, incluso para alguien que fue asesinado o que cometió suicidio, ya que esto genera una dependencia. Imagine que soy una creación de su mente, lo que sigue es una serie de sucesos aparentemente reales que componen solo un elemento retórico de solución para una vida estéril, lo que otros llamarían locura. Si ha sido un buen aprendiz llegará al resultado por usted mismo y sin que yo le anticipe el resultado.

Pasé esta primera noche en una serie de cavilaciones que me llevaban solo a rodear la carta una y otra vez. No tenía diarios ni a quien recurrir a esas horas nocturnas para recabar datos. Además G**** amablemente me advirtió que tenia tres días para buscar donde quedarme a vivir, ya que al parecer Dupin había donado su morada a la estación de policía, y ese lapso de tiempo era el que tendría para disfrutar de la atmósfera abandonada hacía unos cuantos años por mi. Decidí al cabo de ese lapso acabar con mi investigación y tener un resultado sólido, ya que saldría de esta casa con dirección a la estación de tren: no volvería jamás a París.

El día fue nublado de principio a fin. Temprano por la mañana me dirigí a casa de G****, ya sin su título de prefecto. Él mismo abrió la puerta, vivía como siempre en la Rue J****, sin embargo el barrio había cambiado, era un caos total, aquí si cabe el absoluto.

–Pase –me recibió G***– ¿En qué puedo ayudarle?
–Buenos días. Gracias por ser directo, lo seré yo también –le dije– ya se imaginará que la idea del suicidio es para mí una falacia. Dupin no pudo haberse suicidado, es simplemente imposible –insistí.
–Eso es lo que pasó –me interrumpió.
– ¿Sólo a mi me dejó algún tipo de nota o alguna referencia?
–Si mi amigo, así fue, al parecer solo tenía aprecio por usted –noté cierto desdén en su oración.
–Y el asunto de la casa… ¿con quien notarizó la donación?
–Conmigo –dijo con cierta agresividad. Empecé a dudar de G****.
– ¿Quién lo encontró… muerto? –evité la palabra “suicidio”.
–Yo –y aquí su tono me pareció retador, sin embargo muchas veces Dupin me hizo notar mi carácter impulsivo y de opiniones aventuradas, así que aunque G**** tomó el primer lugar en mi lista de sospechosos eso no decía nada, era la primera persona que interrogaba y francamente no sabía con quién seguir.
–Debe hacerse a la idea de que Dupin se suicidó, se volvió loco, si quiere, pero fue un suicidio –me dijo.
–Bien –concedí–. Reláteme cómo fue que lo halló –transcribo lo que podría ser su “declaración” ya que lo anoté para mi “diálogo” con Dupin.

“Llegué por la tarde, casi al anochecer a casa de Auguste. Desde hacía un tiempo él me pedía que lo visitara, insistía en jugar ajedrez conmigo. Durante semanas repetía el mismo patrón de juego, como si no jugara con la persona que tenía enfrente, como si jugara sólo. Hasta el día que lo encontré muerto supe que jugaba siguiendo la estructura del juego realizado con usted, cuando abrí la carta que usted le envió con la ultima jugada y las ultimas noticias de su viaje, usted me disculpará pero lo hice con la intención de tener noticias de usted para escribirle e invitarlo al funeral, que yo mismo financié, de esto usted ya sabe el resto. Como le decía, llegué como era una costumbre para nosotros, estuve tocando la puerta y nadie abrió, así que decidí regresar a mi casa, pero camino a esta recordé a mi esposa… murió, por cierto” lo interrumpí para darle el pésame. “Gracias. Pues bien, le decía, recordé a mi mujer, a mi madre, a mis compañeros muertos en el cumplimiento del deber, tal vez usted crea que estoy loco, tal vez es por que soy poeta. Tal vez se lo debamos adjudicar al tono mortecino especial de esa noche. Antes de ajustar mi llave a la cerradura de esta casa decidí regresar a intentarlo una vez más. El resultado fue el mismo y como ya había perdido más de una hora caminando y en el proceso de la llamada en puerta de casa de Dupin y agreguémosle un arranque de melancolía de mis años de servicio, decidí romper la puerta. Fue sencillo, es una casa vieja, no necesito decírselo. La casa estaba en un extraño desorden, cosas tiradas por el suelo, sombreros, lentes, abrigos, floreros, agua, etc. Así que me apresuré gritando el nombre de Dupin. La ausencia de respuesta me llevó al estudio, donde lo encontré placidamente sentado en su posición tradicional con la pipa sobre su regazo. Le tomé el pulso: ausente, el cuerpo completamente frío. Salí, hablé a la policía y en un minuto la casa parecía la escena de un crimen, poco después, al encontrar la nota de suicidio de Dupin todo cambió, se procedió a desalojar el cadáver y dejar la casa abandonada, hasta que mencioné la voluntad de Dupin de donar la casa, así que mandaron a agentes a limpiar el lugar, preparando la casa para una inspección de rutina para analizar que tipo de inmueble se instalará ahí: comisaría, secretaría, o lo que sea. La carta dirigida a usted se encontraba en el interior de su bata.” Pregunté en qué bolsillo. “¿Es eso importante?” “curiosidad” mentí. “no lo recuerdo, el derecho, creo.” Dupin era diestro, para usted lector y para mi será obvio entender que para un diestro es mas sencillo guardar las cosas en el bolsillo izquierdo de la chaqueta por el acto de cruzamiento de las manos para acceder a los bolsillos de la misma. Sin mayor interés en la declaración de G**** me marché a casa, ya pasaba del medio día.

Mientras caminaba por las ajetreadas calles del medio día de París decidí consultar los periódicos, en un orden condenatorio, el mismo que teníamos Dupin y yo al investigar ciertos casos. Buscaba las ediciones de los días siguientes a la muerte de Dupin. Algunos los conseguí sin dificultad, bastaba hablar a la redacción y tenía un paquete no solo con los periódicos posteriores al día del fallecimiento, sino con un compromiso de suscripción anual, única condición para facilitarme los documentos. L’Etoile, Le Commerciel, Le Soleil, Le Moniteur, Le Mercure, Le Diligence, y cientos de páginas de cada uno abarrotaron el estudio del chevalier Dupin, con estériles resultados, excepto por lo que narraré a continuación en un diálogo con mi amigo muerto:

–Sólo una mención en L’Etoile y tan vaga como lo es su nombre en la sección de obituarios mi querido Dupin –dije.
–Usted conocía mis hábitos eremitas –me recordó Dupin.
–Sin embargo esperaría algo mas de sus amigos o familiares, nunca se está tan solo para vivir tan holgadamente como usted y no recibir en algún diario más que un vagabundo. Lo que es más, ¿no debió G**** pagar una mención? Se supone que buscaba familiares de usted, la mejor forma además de un directorio sería a través de un diario, ¿me equivoco?
–No –replicó– sin embargo no es muy exacto lo que usted asegura. Supongamos por un momento que haya tenido familiares, sería muy aventurado suponer que estos familiares se preocuparan por mi, ya que usted que vivió conmigo durante años jamás tuvo noticias de alguno de ellos. Ahora bien, aunque los tuviera en algún lugar lo más probable en caso de que me haya suicidado hubiese sido que les dejase una nota de disculpa o conciliación póstuma como la nota de agradecimiento que le dejé a usted. En cambio, si fui asesinado y el asesino se tomó la molestia de investigar acerca de usted también se hubiera tomado la molestia de avisar a mis familiares de mi fatídica decisión, lo que nos deja en el mismo callejón que al principio, simplemente nos cambio la perspectiva: no creo que importe algo acerca de mis familiares que si los tuve al parecer hubo elementos irreconciliables entre nosotros, perdimos el rastro mutuo y somos desconocidos mutuos, así que obviemos la parte filial.
-Cierto…

Esa tarde continué revisando los diarios, periódicos y todo lo que tenía a la mano, tal vez solo para pasar el tiempo, tal vez con la esperanza de hallar una pista, como sucedía en los años al lado de mi amigo, simplemente era este sentimiento de soledad, ya que los años anteriores si bien ejercité mi capacidad analítica que aprendí al vivir aquí, ahora que mi maestro no estaba me sentía abandonado, no solo por el, sino por las capacidades que acabo de mencionar. Así transcurrió el resto del día, al caer la noche decidí dar una caminata por los sitios que frecuenté con Dupin, la biblioteca de la Rue Montmartre, la Rue C***, la Rue La Martine… todo ha cambiado desde entonces. Creo que para Dupin este hecho no significaría más que una serie de sucesos predecibles en una urbe como París, que a no ser por un suceso apocalíptico éstos cambios serían fácilmente predictivos y hasta cierto grado justificables, ya que el progreso es parte de una monotonía y rutina dentro del ciclo de vida de un homo sapiens, lo único en verdad impredecible es la tragedia, un accidente, una colisión, un meteorito y por qué no, un suicidio. Meditaciones banales, simplezas que me conducían a justificar el acto de mi amigo, pero no por ello me sentía reconfortado, por el contrario, el vacío generador de angustia crecía, haciendo implosionar mi pecho, así que regresé a casa. Llegué hasta el estudio y caí dormido. Tuve un sueño muy extraño ese día, debería adjudicárselo a la fatiga por no haber dormido la noche anterior y el poco sueño a partir de la noticia que derivó en estos sucesos. Yo era Dupin, su bata, sus lentes, sus pantuflas, su pipa, todo era usado por mí en el sueño y estaba encerrado en el estudio, sin poder salir.

Al día siguiente, el ultimo que estaría en ese lugar (y hasta ahora, no he regresado), decidí regresar a casa de G****. Al llegar un vecino de éste me informó que no se encontraba en casa, había salido de la ciudad para descansar, así que no había forma de contactarlo, sin embargo G**** previó mi visita, por lo que el mismo vecino me entregó una nota dirigida a mi.

“Estimado Poe, disculpará usted mi ausencia pero no tengo nada que hacer en París por ahora. Usted comprenderá que para un anciano como yo le es más saludable la visita al campo de forma periódica. Una disculpa por no poder ayudarlo más, lo único que me basta decir al respecto son tres cosas: primero olvidé mencionar que Dupin murió por envenenamiento de Cicuta. En segundo término me gustaría pedirle que se abstenga de verme como un sospechoso de asesinato a Dupin, ambos sabemos que la Cicuta tarda en actuar y no hubiera sido fácil administrársela a Dupin, además ¿Qué ventaja obtendría yo de su muerte? Soy un oficial retirado, no obtengo ventaja alguna por el hecho de que las oficinas de la policía se mudasen a esa casa. Tercero: Dupin se suicido, acéptelo. Un abrazo, no acabemos con nuestra amistad. Sinceramente G****”.

Yo aun creí en la maldad per se del hombre, sobre todo tomando en cuenta que la funcionalidad de Dupin al retirarse G**** iba a ser transferida, cosa que dejaría en ridículo los anteriores logros del funcionario policial. Para mí era razón suficiente. Enseguida me dirigí a visitar la casa del ministro D****, misma que había sido demolida. En la oficina de correos encontré la dirección de su único hijo. Después de presentarme como un viejo amigo de su padre y hablar con el de cualquier cosa para sondear los conocimientos que éste tenia de los últimos actos de su padre llegue a la conclusión de que era una empresa sin sentido, ya que, o simulaba bien el no tener conocimiento absoluto de mi y de Dupin, o en verdad no lo tenía. Empezaba a cansarme, a decepcionarme y lo que es peor y fatal: a aceptar que Dupin se había suicidado. Al medio día regresé a la casa. Caí desfallecido sobre el sillón de Dupin en el estudio nuevamente. El sueño se repitió. Al despertar era de noche y estaba sobresaltado, empapado. Tenía solo esta noche para resolver el misterio: Dupin no podía haberse suicidado, era inaceptable para su propia inteligencia.

Rápidamente decidí vestirme como Dupin, tomar su papel, pensar como esa última noche, incluso simular su suicidio. Abandonado a las pocas evidencias que tenia era el último recurso, sin embargo no esperaba encontrar las respuestas que obtuve.

Una vez ataviado como el difunto, C. Auguste Dupin, mi mundo giró, empecé a recordar el caso de las L’Espanaye, el asesinato de Marie Rogët, la carta que mi amigo hábilmente recuperó de manos de D**** y recordé con éste ultimo el "Atreo" de Crébillon. ¿Qué había sido de la carta que Dupin envió en lugar de la que D*** robó? ¿Acaso el hijo de D***…? No importaba, lo que importaba era encontrar una pista.

Soy Dupin (fingiré al menos), una serie de eventos… no, el deseo de conocer a los filósofos maestros griegos en el primer nivel del infierno dantesco me urge a morir. Sólo el suicidio me conducirá a ello. Cicuta, como Sócrates. Atravieso el recibidor camino a la cocina, de entre la serie de químicos que poseo para mis “recherches” de aficionado tomo la cicuta y bebo casi medio litro, lo suficiente para no sentir dolor. Dejo el frasco y es aquí donde recapacito sobre lo hecho. Estoy sorprendido, pienso en vomitar, corro hacia el baño, en mi desbandada destruyo el pasillo, literalmente derribo lo que se encuentra a mi paso. Una vez en el baño, debajo de las escaleras me doy cuenta de que es muy tarde, por la cantidad ingerida una parte ya estará haciendo efecto en mi sangre y si pudiera eliminar el resto las consecuencias serían más terribles que morir… me dirijo al estudio, con el tiempo necesario para escribir sólo una carta ¿a quién? A mi amigo Poe. Pero mi tiempo es breve, seré breve. Al terminar me acomodo en el sillón, me siento, empiezo a marearme, desfallezco y con las últimas fuerzas levanto mi mano izquierda y acomodo la nota en mi abrigo…

¿Y la segunda nota, la que deja en claro a la policía que se suicido? ¿Entonces que tenía en su mano derecha al morir?... la pipa.

Estoy en el mismo lugar, en el mismo sillón donde encontraron a Dupin, casi amanece. Empiezo a ver por encima de sus lentes de cristales verdes hacia la misma dirección que el lo hacía… hay algo sobre el librero. Una nota. La firma de Dupin y el mismo sello desconocido de antes.

“Mi querido amigo, aún tengo fuerzas para una tercera nota, así que le facilitaré el trabajo, me he suicidado. Suyo C. A. Dupin”

Despierto en el sillón, en medio de un desorden nuevo, esta vez yo lo cree al imitar a Dupin. Es de madrugada, no tengo más que empacar y despedirme de Dupin, de la casa de la faubourg Saint Germain y de París. Al estar parado sobre el quicio y sin voltear, ni cerrar la puerta empiezo a caminar.

– ¿Se suicidó usted Dupin? –dije.
– ¿Cuál es el resultado de su pesquisa mi amigo? –me respondió Dupin.
–Me cuesta creerlo, sin embargo no tengo elementos para asegurar lo contrario.
– ¿Qué lo hace pensar que las cartas que deje son falsas, además de su desconocimiento de mi sello personal? –dijo Dupin.
–Cualquiera puede falsificar una carta, mas no es fácil imitar un estilo de escritura.
– ¿Algún sospechoso viable?
–Ninguno –le respondo.
–Bien, déjelo así, me suicidé –acotó con punto final Dupin.