lunes, 1 de junio de 2009

PEDIDO PARA LLEVAR

En un pequeño restaurante leía el periódico sobre una balacera que se había desatado la noche anterior, cuando un tipo entró y se acercó a la barra.
—Hola.
El encargado, que estaba entretenido preparando una torta, levantó la cara y al descubrirlo hizo un gesto de sorpresa y temor.
—Ho-ola —dijo y guardó silencio un momento con los ojos muy abiertos y agregó—Como están las cosas, te creía lejos.
El tipo no contestó, solo esbozo una sonrisa y alzó los hombros.
—¿Y a que se debe el honor de..?
—El hambre Chuy, no hay muchos negocios abiertos.
—Andan bien duros. Acá no nos obligaron a cerrar. ¿Te quieres sentar en el privado?
—No’mbre, prefiero afuera, es mejor.
—Bueno, como quieras—. Dijo aun más temeroso el encargado.
—Tranquilo Chuy, yo sé lo que te digo, es mejor acá, a la vista. No me voy a tardar mucho, sólo dame una de las que me gustan y una coca.
Una patrulla pasó por la calle. El encargado se puso aún más tenso. El tipo se dirigió hacia las mesas que estaban junto a la banqueta, protegidas por el sol con sombrillas verdes. El encargado llegó con una coca.
—¿Y que vas a hacer?
—Por lo pronto nada. Hay que dejar que las cosas se calmen. Tú sabes, son unos perros y si te mueves… pues…
—Sí, entiendo.
El encargado se fue hacia su pequeña cocina a preparar la torta. El tipo sacó un cigarrillo y empezó a fumarlo lentamente mientras observaba los autos que pasaban. Su mirada seguía a una que otra patrulla que pasaba velozmente. De pronto giró la cabeza y se me quedó viendo. Sentí un profundo escalofrío, pero su semblante era tranquilo.
—¿Ya no ocupa su periódico, amigo?
—Eh, este, no.
—¿Sí me lo permite?
—Eh, sí. —Se levantó y se acercó a mi mesa. Lo tomó y esbozó una leve sonrisa e inclinó levemente la cabeza al tiempo que decía— Gracias.
Regresó a su mesa y se puso a leer despreocupadamente. Llegó su torta. Sin dejar de leer el periódico la devoró. Luego se levantó. Me devolvió el diario.
—Gracias amigo, —me dijo y se dirigió al encargado.
—Ya me voy Chuy. Me saludas a Carmela.
—Si, gracias.
—Toma, cóbrate.
—No güero, yo invito.
—Está bueno. Pa´la otra me pongo guapo… Digo, cuando las cosas ya estén más tranquilas.
Se metió los billetes a la bolsa de su chamarra y salió tranquilamente. Yo lo seguí con la vista hasta verlo desaparecer en la esquina próxima. El encargado me trajo mi segundo pedido, pero le solicité que mejor me lo pusiera para llevar. Ya no tenía ánimo de seguir comiendo.